Hay novelas que podemos imaginar fácilmente adaptadas al lenguaje cinematográfico no es el caso, sin duda, de la exitosa Soldados de Salamina escrita por Javier Cercas.
Publicada en 2001 este libro le significó al reconocido autor español su salto a la fama. No es de extrañar que así fuera, Cercas mezcla varios ingredientes de manera afortunada y consigue un resultado efectivo: una novela histórica en dialogo con el momento presente que reflexiona sobre el papel de la memoria y la literatura a través de personajes memorables y bien construidos.
La novela se divide en tres partes: en la primera el autor, un alter ego de Cercas, enfrenta un difícil proceso de duelo y bloqueo creativo que vive tras la muerte del padre. Una conversación con Ferlosio, hijo de Rafael Sánchez Maza, sobre un republicano que le perdonó la vida a su padre a finales de la guerra civil inspira al escritor a intentar escribir la novela que uno de los fundadores de la falange no pudo. La segunda parte es precisamente eso, la novela dentro de la novela, en ella se recuenta la vida de Sánchez Maza y lo que sucedió hacia el final de la guerra, la aparición providencial del soldado y los años posteriores tras el triunfo de Franco durante los cuales el protagonista del relato se va convirtiendo en una especie de caricatura de sí mismo al traicionar, los que parecían, sus ideales más profundos. Si quedan dudas una de las frases de cierre lo dice todo: “Hoy poca gente se acuerda de él y quizás lo merece.”
La tercera parte es, finalmente, la búsqueda del autor personaje por encontrar al que sería, para él, el verdadero héroe de esta historia: el soldado republicano que tomó la decisión de no matar aún cuando eso era lo que se esperaba de él.
La creación literaria, las relaciones interpersonales, la búsqueda del padre, cómo definir un héroe, son algunos de los temas abordados en esta novela que, además, como lo anoté anteriormente, revisa lo sucedido durante y después la guerra civil española y sus consecuencias e impacto hasta nuestros días. Todo esto lo logra Cercas en una novela más bien corta y fácil de leer que permite, como puede suponerse, múltiples lecturas y reflexiones.
En 2003 David Trueba decide asumir lo que parecía imposible, adaptar esta historia tan literaria y donde el lenguaje es protagonista al cine. Consciente de la dificultad de mantenerse completamente fiel al relato Trueba opta por conservar su espíritu y, realizar las modificaciones que cree necesarias. La más contundente, sin duda, será cambiar el sexo de su protagonista. El escritor bloqueado es remplazado por Lola Cercas, una escritora, interpretada por Ariadna Gil que, como en el libro, vive diversos duelos y busca desbloquear su escritura. Pasar de lo masculino a lo femenino le permite a Trueba, quien también escribió el guión, explorar la mirada y los sentimientos de una mujer sobre ciertos temas, como el fin de una relación, lo que se espera de ella, el enfrentamiento con el propio deseo, la relación con los hombres y la maternidad. En el libro el autor no solo busca a un soldado sino, finalmente, a sí mismo y a la figura del padre que ha perdido. En la película Trueba explora precisamente ese momento de soledad, angustia y frustración de Lola mientras la investigación que hace la enfrenta a sus propias incapacidades, prejuicios y dolores.
Decidido a mantener el aspecto histórico y, sobre todo, esa sensación que tenemos de estar leyendo algo que es cierto Trueba dota de un tono documental al relato e incorpora a los verdaderos personajes históricos en la cinta. Efectivamente, los personajes entrevistados por Lola son los protagonistas reales mencionados en la novela como los amigos del bosque. Además, Trueba utiliza imágenes de archivo mezcladas con imágenes reconstruidas a partir de entrevistas reales a Sánchez Maza intercaladas con la reconstrucción de los hechos que Lola va imaginando, esto consigue convertir la película en un hibrido interesante, como el libro.
Roberto Bolaño, el escritor chileno, cuya figura es vital en la tercera parte es remplazado en la cinta por el actor Diego Luna quien interpreta a un joven estudiante mexicano, un hijo de españoles que tuvieron que exiliarse allí tras la guerra civil. El joven, como Bolaño al escritor personaje, le dará a Lola la pieza faltante del rompecabezas mientras reflexiona sobre la guerra, esa que “siempre pierden los mismos” y el heroísmo en tan difíciles circunstancias.
Tanto el libro como la película reivindican el papel del héroe anónimo de aquel que no tiene placas ni estatuas y que envejece solo en algún asilo, esos que hemos olvidado, porque la memoria se hace porosa, ese puñado de hombres que salva una civilización como lo hicieron los pocos valientes que pelearon contra los persas en la batalla de Salamina en el siglo V a.C, (episodio clave para la cultura occidental que sentimos tan lejano y ajeno como la guerra civil sucedida, sin embargo, hace menos de 90 años).
Las páginas finales del libro como los minutos de la película son una abertura hacia el futuro posible, hacia lo que será éste tras mirar el pasado y reconciliarse con lo que ha sido para poder avanzar. Y es que solo esa aceptación de la historia, la del país y la personal, ese enfrentar las heridas y contradicciones nos permitirá dejar atrás la soledad y generar vínculos con otros, compartir relatos y soñar, por qué no, con un futuro más promisorio.