En 1985 al electricista y amante del rodeo Ron Woodroof lo sorprendieron en la clínica con un diagnóstico inesperado: tenía VIH.
Apenas se empezaba a hablar de esta enfermedad y se creía, como, por desgracia, algunos lo piensan aún ,que solo los homosexuales o drogadictos podían terminar contaminados.
Ron no encajaba en ninguno de esos dos casos. Muy por el contrario, era la encarnación pura del clásico redneck, racista y homofóbico que se burlaba y menospreciaba todo lo que consideraba diferente.
La vida le cambió la perspectiva de las cosas cuando él fue el discriminado y, sobre todo, cuando descubrió las incoherencias y perversiones del sistema farmacéutico.
En efecto, el VIH estaba expandiéndose y matando a muchos rápidamente ,las opciones de tratamiento no solo eran escasas sino más bien experimentales. Era la coyuntura perfecta para que las casas farmacéuticas especularan con los precios y posibles remedios.
Woodroof decidió no quedarse cruzado de brazos aceptando la sentencia de 30 días de vida y recibiendo, sin chistar, un tratamiento que parecía empeorarlo más que aliviarlo. Su búsqueda, en una época lejana de google y de tantas facilidades de comunicación de hoy en día, lo llevarán hasta México donde un médico expulsado del sistema oficial intenta nuevas posibilidades para tratar la enfermedad.
Y ahí empezará otra historia.
Tras probarlas en sí mismo y notar la mejoría Woodroof decidirá llevar a Estados Unidos una serie de medicamentos y vitaminas que la AFE no está dejando circular en territorio americano.
Para no actuar en la completa ilegalidad e inspirado en otros lugares parecidos que existen en otros estados, Woodroof creará el Dallas Buyer Club (título original de la película): los interesados pagan una membresía de 400 dólares que les da acceso ilimitado al tratamiento alternativo que él ha venido utilizando.
Todo esto es real. Desde 1992, año del fallecimiento de Woodroof, Craig Borten vio aquí lo que sería, sin duda, una gran historia para llevar a la pantalla. Entrevistó al protagonista antes de que falleciera, muchos años después de que le dieran unos pocos días de vida, y se interesó en la historia de este electricista que terminó por convertirse en un héroe para muchos. El clásico David contra Goliat: el ciudadano común que se enfrenta al imperio de los medicamentos.
Por esas cosas que uno no entiende el proyecto se fue archivando año tras año.
Finalmente, se ha llevado a cabo. En los medios se han destacado particularmente las increíbles transformaciones físicas de Matthew McConaughey, que ha dejado muy lejos su imagen de galán de Hollywood para encarnar al esquelético Woodroof, y la de Jared Leto , quien tras años alejado de las pantallas , regresó para darle vida al travesti Rayon que acompaña al decidido vaquero durante todo su periplo..
No lo niego, es impresionante verlos, cuesta reconocerlos, pero no es solo porque hayan adelgazado o se vistan de una manera particular, como en el caso de Leto, sino por la calidad de sus interpretaciones. McConaughey deja literalmente el pellejo para encarnar a este vaquero explosivo decidido a todo, y Leto, dándole vida a Rayon, sabe sacar un lado frágil y dulce que equilibrará al protagonista. Esta última es una de las tantas licencias que se permitieron los realizadores de la película En efecto, no existió un único travesti que ayudara a Woodroof sino varios, Rayon está ahí encarnandolos a todos y para mostrar la manera como el personaje irá cambiando su mirada sobre esa comunidad que repugna y a la cual termina perteneciendo, hermandado por la enfermedad, la discriminación y el abuso.
De igual manera sucede con la prescindible doctora Eve , el personaje más soso de la película, cuyo rol es representar las pugnas internas que el manejo de los tratamientos recomendados para esta enfermedad generan dentro de la comunidad médica, lástima que poco o nada nos seduce la plana actuación de Jennifer Garner, completamente opacada por sus compañeros de reparto.
La historia gira en torno a Woodroof y su particular lucha. La cámara lo acompaña por distintos momentos en un tono casi de documental.
No creo que sea la película del año, pero si que es una película necesaria que vuelve a poner sobre el tapete un tema que tendemos a olvidar. Si El jardinero fiel (2005) nos mostró los horrores de la industria farmacéutica El club de los desahuciadosnos recuerda que esas cosas no pasan solo en África (tan lejos que está) sino que pueden estarse sucediendo aquí no más, en nuestras narices disfrazadas de medidas que buscan protegernos. ¿Cuántas vacunas no se han vuelto casi obligatorias en los últimos años? ¿Cuánto se sabe en realidad de los efectos secundarios que estas u otros tratamientos pueden acarrear? Y ni hablar de los costos y especulaciones de los precios en ciertos medicamentos (como sucede, tristemente, en Colombia).
Si McConaughey gana el oscar a mejor actor, como posiblemente va a suceder, ojalá que se deje de hablar pronto de su dieta estricta y sus pómulos marcados y más de lo que llevó al hombre que encarnó en el cine a emprender una batalla sin cuartel (metáfora que puede apreciarse en la última escena) por cambiar ciertas reglas de un sistema viciado.