El título de esta película no deja de ser irónico después de haberla visto.
La historia es sencilla, Doobie, al parecer, ha encontrado a la mujer de su vida, para su mala suerte no es ninguna de las cientos de candidatas que su mamá insiste en presentarle a ver si al fin consigue organizar a ese hijo de treinta y un años que insiste en ser soltero.
Doobie estudió humanidades y prepara su doctorado pero que esto no engañe al lector, este soltero que parece tan independiente no es más que «un hijo de mami», que vive de sus padres y accede sin mayores enfrentamientos a los requerimientos de su tradicional familia judía. Su problema es que lleva meses enamorado de una mujer unos años mayor que él, divorciada y con una hija que jamás, él lo sabe, será aceptada por su familia. Ricardo Silva insiste en su reseña sobre esta película en la verosímil escena de sexo que hay en ella, es cierto, allí está, sin complicadas maniobras, una emotiva escena, creíble y sentida, percibimos el amor y complicidad en medio de ese acto intimo en el que no faltan las risas y las torpezas.
Sin embargo, que este amor llegue a feliz término requiere que Doobie decida asumir su vida por sí mismo, se necesita que este personaje decida convertirse en hombre y asumir con valentía su amor. No es posible, este niño no puede hacerlo. La película nos lleva lentamente a deducirlo, no solo la escena de sexo nos impacta, las peleas también. Diálogos vacíos, silencios largos, miradas reprobatorias el ambiente cargado.
La escena entre la madre y la divorciada tras la terrible irrupción de la familia de Doobie entre los dos, es más que una reconciliación entre dos mujeres. En ese breve momento consiguen comunicarse y entenderse cada una desde su posición. La primera entenderá la farsa que ha querido creer para preservar su matrimonio y sabrá que el verdadero amor, de una u otra manera, le ha sido vetado para siempre. Sabrá también que en su afán de casar a su hijo de una buena manera lo ha alejado para siempre de una mujer decidida y capaz. La segunda aceptará que desea a su lado a un hombre y que lo que ese temeroso niño tiene para ofrecerle no le interesa más,
se asume sola junto a su hija en una sociedad donde aquello, de por sí, es un acto de osadía.
Los hombres, mientras tanto, asumen el papel otorgado por las mujeres y con profunda rabia contemplamos la caída del impotente Doobie y la aceptación de un destino que él no escogió para sí.
No nos duele quela pierda, no la merecía.