Nader y Simin van a divorciarse. O, mejor dicho, han tomado decisiones que los abocan a llegar a esta decisión sin que sea, aparentemente, lo que realmente quieren. Simin desea dejar Irán, irse en busca de nuevas oportunidades, sobre todo, para su joven e inteligente hija Termeh, y ,al fin, ha obtenido la ansiada visa. Nader no se opone a esto pero se niega a partir porque no puede, no quiere, dejar solo a su anciano padre a quien el alzhéimer le está arrebatando, día a día, toda lucidez.
Este es el punto de partida de Una separación la exitosa y premiada película del director iraní Asghar Farhadi estrenada en 2011.Durante los primeros minutos el espectador termina convertido en el juez que escucha imperturbable lo que Nadir y Simin tienen para decir mientras solicitan el divorcio. No son ellos la pareja clásica que realiza este procedimiento sino que parecen abocados por las circunstancias a terminar esa relación de catorce años que, eso parece, eso intuimos, se construyó a partir de un amor profundo y reciproco entre los dos. Farhadi nos permite escuchar sus respectivas razones y si algo queda claro desde ese momento es que es imposible juzgar a uno o al otro o tomar partido.
Sin duda el amor , sus diferentes manifestaciones y particulares lazos que lo construyen es uno de los temas que se desarrolla en esta maravillosa película. Por un lado está la pareja de esposos que contemplan cómo sus caminos se separan pero ninguno está dispuesto a ceder para evitarlo. Atrapada entre los dos Termeh, la hija, intenta hacerlos razonar, mostrarles las inconsistencias de sus acciones, la mezquindad de la decisión a la que quieren empujarla: escoger entre los dos. Sin embargo, no es este el único lazo filial que explora Farhadi, por el contrario, el guión, que también es de su autoría, tiene la inmensa virtud de ir introduciendo nuevos elementos e enriqueciendo la trama a medida que transcurren los minutos. La decrepitud de la vejez, la enfermedad, aparecen retratadas en toda su descarnada desnudez. El anciano padre de Nader se pierde en el alzhéimer: “él ya no sabe que eres su hijo” le dice al respecto Simin a Nader “Pero yo sí sé que es mi padre” obtiene como respuesta exponiendo uno de los tantos puntos que podrían discutirse a partir de esta historia: ¿acaso necesitamos que el depositario de nuestro afecto sea consciente de él para validarlo? ¿Qué es más egoísta dejar al padre enfermo o permitir que la familia se quiebre a causa de no querer hacerlo?
Como si esta exploración a la intimidad de una familia que se desmorona y las tensiones que la atraviesan no fuera suficiente Farhadi ingresa un elemento más a la narración que termina por convertir la película en un thriller en el que las diversas versiones se enfrentan mientras se exponen las deficiencias del sistema jurídico Iraní, tan parecido a tantos otros.
Simin ha decidido presionar a su marido y para eso ha optado por irse de casa y dejarlo a cargo de su hija y padre. Nader decide entonces contratar a una mujer para ayudarle a cuidar a su padre mientras él va a trabajar y Termeh está en la escuela. Es entonces que entra en escena Razieh, una mujer en una difícil situación económica que ha decidido trabajar, a espaldas de su marido, para intentar mejorar la inestable economía familiar. La llegada de Razieh junto a su pequeña hija Somayeh, interpretada con impresionante realismo y soltura por la pequeñísima Kimia Hosseini , introduce nuevas problemáticas. . Por un lado, están las diferencias económicas y las tensiones existentes entre las diferentes clases sociales que solo se agudizarán cuando un grave incidente enfrente a Nader con el esposo de Razieh frente a los tribunales. No es lo mismo provenir de una familia clase media acomodada que carecer de todo tipo de recursos y de educación cuando se está ante un juez, ni cuando éste decide aplicar justicia.
El tema religioso y la posición de la mujer en la sociedad iraní también son abordados. Mientras Nader y Simin se relacionan de una manera tranquila con la religiosidad y Simin trabaja, es independiente y toma sus propias decisiones Razieh y su marido son el caso contrario. El pecado y la posibilidad de cometerlo, por deseo u omisión, preocupan en permanencia a esta mujer que, además, toma apresuradas decisiones acorralada por las circunstancias y la difícil situación económica que atraviesa junto con su esposo. Es particularmente conmovedora la dupla madre e hija en momentos en que vemos a la pequeña niña rápidamente, comprender, a pesar de su corta edad, los dilemas a los que se enfrenta su madre y ofrecerle su cuidado y , sobre todo, su silencio “tranquila, no le diré nada a mi padre” expresa con espontaneidad.
Frente a estas familias enfrentadas en un complicado proceso judicial Fahardi, como lo planteó desde el inicio, se mantiene imparcial. Se limita a entregamos unas poderosas y largas secuencias en las que cambiamos de posición una y otra vez a medida que se suman hechos y acciones. ¿Quién tiene razón? ¿Por quién sentir compasión? Y es que como en el seno de la familia dividida del inicio no hay ni buenos ni malos sino personas, solo personas (ah, la condición humana, intentando no perder del todo la partida.
No hay nada que le sobre a esta poderosa película escrita y dirigida con pulso firme por el talentoso Agmar Farhadi que proporciona, sin titubeos, una magistral clase sobre cómo a partir de una sencilla premisa se puede crear una historia intensa, rica en complejidades y puntos de discusión que trasciende las fronteras de Irán para convertirse en un relato universal y en una profunda reflexión sobre el amor, la justicia, el honor, la religión y la, quizás inútil, búsqueda de la verdad en donde nosotros, los espectadores, como lo sugiere la poderosa escena final, tenemos la última palabra.
Escrito originalmente para Kinestocopio