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Ryan Bingham se gana la vida haciendo lo que pocas personas quisieran: recorriendo el país, de un lado a otro, despidiendo personas. Jerry se sienta frente a ellas, las recibe en ese momento de total y única fragilidad y les comunica que se acabó, se ha terminado, no va más. No importa cuántos años hayan gastado en esa compañía su misión es hacer lo que los otros no quieren, ensuciarse las manos con el sufrimiento del otro y convencerlo de que debe abandonar la empresa hasta sintiéndose, por qué no, agradecido con esa decisión. No se necesitan hacer muchos esfuerzos para pensar rápidamente en la reciente crisis económica que golpeó los Estados Unidos e imaginar que lo que hace este personaje atraviesa por uno de sus mejores momentos. Bingham, además, sabe lo que hace, lleva años viendo todas las posibles reacciones posibles y de alguna manera intenta generar una empatía rápida con las personas a las que debe despedir para hacer el trance menos difícil. Lo cierto es que esos esporádicos vínculos que genera con los empleados marcados por la desgracia son los únicos que establece este hombre que pasa su vida subido en un avión y que considera los aeropuertos su hogar.
Varias cosas están por cambiar, su hermana menor se va a casar; una joven emprendedora y llena de ideas llega a su empresa con el fin de generar una propuesta para acabar con esos viajes interminables de los empleados y realizar los despidos valiéndose de las nuevas tecnologías; por si fuera poco en uno de sus viajes se topa una mujer hermosa, audaz e independiente que consigue inquietarlo.
Ryan intuye que quizás ha llegado el momento de detener esta vida sin vínculos y lazos afectivos, que el avión que nunca se detiene, esa capsula que sobrevuela la ciudad es, sin duda, la mejor metáfora de su situación sentimental en la que familia, amistad, amor se han visto completamente alejados de ese mundo ascéptico de comida envasada, azafatas amables, y hoteles idénticos al final de cada aterrizaje.
Jason Reitman que abordó, en Juno, su película anterior, el tema del embarazo adolescente de una manera diferente, dulce y divertida se aventura aquí a continuar explorando las relaciones atípicas que pueden establecerse con otros seres humanos (Junofinalmente habla de crear una vida y unos vínculos afectivos con reglas propias y no dejarse imponer nada).
Es cierto que las relaciones, los vínculos, pueden convertirse en pesadas cargas, como lo dice Ryan en sus conferencias de superación que dicta a lo largo del país, y hacen que la «maleta» se haga muy pesada. Sin embargo, también es cierto que es difícil no desear un poco de peso en la maleta y, al parecer, para evitar hacerlo, la única opción viable parece ser nunca estar realmente en ningún sitio, vivir de paso (Reitman dedicara secuencias que ilustran a la perfección esa vida que se resume en una maleta en una fila, en un constante empacar y desempacar meticuloso).
Ryan Bingham está empezando a pensar que tal vez no sea tan malo construir una vida en un sólo sitio, aunque le aterra la idea. Intuye que sólo así escapara a la soledad que lo espera en su apartamento, el cual se parece más al cuarto de un hotel de paso que otra cosa, y a esa vida que ha construido donde dos minutos con sus hermanas se convierten en un instante de incómodo silencio porque no hay nada que pueda decirse cuando uno realmente no se conoce.
Eso empieza a querer Ryan Bingham, compartir algo de su vida, recuperar recuerdos perdidos, sentir que a veces lo que más se desea es correr a los brazos de alguien, seguir ciertos impulsos, creer que al mirar a los ojos a esa persona el mundo se detendrá ¿por qué no? Ryan Bingham quiere creer que todo eso va a dejarle de parecerle cursi, tonto, inútil pero, el problema, el gran problema, es que querer algo no significa obtenerlo, no implica conseguirlo y a veces, cuando finalmente tomamos una decisión, a veces, ya es demasiado tarde para que alguna cosa pueda cambiar.