“Sencillamente se es nuevo cuando se tiene posibilidad de cambio. Las personas envejecen y mueren cuando se niegan a cambiar. Ya ves cómo puede ser de fácil permanecer joven hasta la muerte”
Andrés Caicedo Correspondencia 1970-1973
No es casual que inicie este texto con un epígrafe de Andrés Caicedo, el eterno joven que partió a tiempo, antes de que pudiéramos recriminarle haber traicionado lo que escribió.
En su correspondencia, recién publicada, se puede leer la carta que cito. Se la escribe a su padre desde Cúcuta en 1971; se fue de viaje, sin avisar, con un grupo de amigos en busca de respuestas. En esta carta dura y brutalmente honesta, el hijo disecciona la relación con esa figura paterna, todo lo que él cree que no se dijo, no se habló, y ha enrarecido la relación que tienen. Se promete, le promete, que a su regreso a Cali dejará la vivienda familiar y se irá a vivir solo, para que todos puedan respirar mejor y él buscar su propio camino. Además, examina y analiza con dureza a sus hermanas y al entorno familiar, sopesa lo que ha hecho hasta entonces e intenta descifrar lo que desea ser. Como lo dice en las líneas que escogí para el epígrafe, relaciona la juventud con el deseo de cambiar; esa sería para él su esencia misma, y no temerle al cambio, el secreto para mantenerse eternamente joven.
Lo cierto es que el tema de la juventud, o, de manera más precisa, de esa edad en la que estamos dejando el nicho seguro de los padres para aventurarnos a descubrir nuestro propio camino ha sido ampliamente abordado en el cine y en la literatura. Quizás, justamente, esa fascinación por esa etapa de la vida tiene que ver con lo que señala Caicedo: el joven cuestiona, transforma, busca el cambio, tanto así que su sola presencia –como fue su caso– hace tambalear los andamiajes de la sociedad que lo rodea.
Para este especial de Cero en conducta dedicado al cine colombiano de la última década quise, justamente, revisar películas que buscaran retratar a los jóvenes. ¿Qué podían mostrarnos esos retratos? ¿Qué tanto habían cambiado las cosas desde que Caicedo le escribía a su papá en los 70?
Inicié sin saber exactamente con qué me iba a encontrar, algunas de las películas ya las había visto, otras las vi para escribir estas líneas. Decidí finalmente no quedarme con todas las posibles sino con un grupo que, me parece, dialoga muy bien entre sí: encontré lo que me parecieron interesantes vasos comunicantes. Me interesó, finalmente, ver cómo esa juventud era captada en distintas ciudades, dejé de lado el campo y sus problemáticas particulares y me centré en contextos urbanos, en jóvenes citadinos, gracias a los cuales, además, es posible tener un retrato de algunas de las principales ciudades de Colombia. Mi selección entonces se decantó por La playa D.C. (Juan Andrés Arango, 2012), acompañada por Limonada, limonada (Juan Pablo Heilbron, Nicolás Palacio, 2020), las dos rodadas en Bogotá; Los hongos (Oscar Ruiz Navia, 2014) en Cali; Los días de la ballena (Catalina Arroyave, 2019) en Medellín, y Días extraños (Juan Sebastián Quebrada, 2015), que sigue a una pareja colombiana radicada en Buenos Aires, lo que me permitía mirar cómo eran retratados los jóvenes migrantes y si había paralelos posibles con lo que aparecía en el país.
Caminar y caminar
Ser joven en el cine colombiano está, sin duda, relacionado con caminar (también fundamental en la literatura caicediana). Nada de escenas en carros, como sucede en las películas norteamericanas, en donde, para los jóvenes, aprender a manejar, tener un auto o hacer recorridos en él es importante, finalmente esto es fiel reflejo de la vida allá, con deficiente servicio de transporte público y extensiones urbanas muy explayadas. Nada tampoco en nuestra cinematografía nacional de escenas en metros (en Medellín se podría) o buses (lo lamento Transmilenio). Los jóvenes de las películas mencionadas caminan por la ciudad solos y acompañados. La mayoría de los protagonistas viven aún con sus padres y, como para Caicedo, el hogar se ha convertido en un punto importante de tensión, es afuera donde encuentran a sus pares, donde están sus centros de interés, además, ese caminar permanente parece en sí mismo una metáfora de la búsqueda interna de los personajes. El movimiento externo termina por ser un reflejo de un interior que se está movilizando, cambiando. Tanto en La Playa D.C. como en Los hongos, la cámara se pone muchas veces detrás de los protagonistas, descubrimos al tiempo que ellos lo que les depara la ciudad en la que se aventuran.
Esto último es particularmente palpable en La playa D.C: Tomás, el protagonista, inicia la búsqueda de un hermano desaparecido, lo que lo lleva a recorrer lugares que le eran ajenos. Bogotá no es su ciudad de origen, llegó cuando era niño, desplazado, como tantos, por la violencia. En ese sentido, la capital es la ciudad que lo acoge; sin embargo, esta ciudad enorme, inabarcable, se mantiene como un espacio distante para él, que añora la naturaleza, el calor, el Pacífico del que fue extraído contra su voluntad para instalarse en esta playa, nombre del barrio de Ciudad Bolívar en donde vive, de cemento. La desaparición de su hermano será lo que lo impulse a dejar sus recorridos habituales y aventurarse a recorrer una ciudad en donde descubrirá lugares que desconocía, ecos de lo que tuvo que abandonar, pedazos de su cultura pacífica que han sabido crecer 2600 metros más cerca de las estrellas.
En los recorridos de Tomás, mientras busca a su hermano y, finalmente, a sí mismo, Bogotá se revela como una ciudad fría, bulliciosa y distante, una ciudad plural, sí, pero donde las fronteras invisibles hacen imposibles los intercambios. Sin lugar a dudas este es uno de los puntos que más llamó mi atención analizando las distintas películas: cómo las problemáticas de cada ciudad se hacen tangibles en ellas. Lo digo porque mientras la realidad de Tomás se circunscribe a espacios muy determinados de su barrio, la plaza de mercado o el centro de Bogotá, Limonada, limonada, que retrata la vida de unos jóvenes bogotanos acomodados, parece filmada en otro sitio, en otra ciudad. Ellos también caminan, claro, pero por calles limpias, semi vacías, un entorno que se percibe más ordenado, con antejardines y calles iluminadas en la noche. Caminan para hacer sus compras, para olvidar algo, dejando tras de sí unos apartamentos cómodos y organizados en donde viven solos y se encuentran con amigos.
Su mundo no se toca con el de Tomás, ni en sus recorridos, ni en sus conversaciones. En Limonada, limonada se hacen otro tipo de cuestionamientos, se enfrentan otros problemas, mientras, de cierta manera, y sin darse cuenta, los personajes son dueños de sus espacios. Esto, para mí, se ve claramente reflejado en un plano en el que los personajes caminan de noche en la mitad de la calle, sin preocupaciones, ocupan todo el espacio, reinan sobre él, todo esto a contrapelo de los personajes de las otras películas.
Se evidencia una diferencia enorme que existe entre la capital del país y otras capitales colombianas: la imposibilidad de que personas de distintas condiciones sociales interactúen y generen lazos. Puede parecer poca cosa decirlo pero en esta profunda factura está el origen de muchos de los males de la ciudad. Basta revisar la cinematografía bogotana para ver cómo estos cruces sociales parecen imposibles, imposibilitados por férreas y poderosas barreras invisibles que se cruzan con gran dificultad y forzando de cierta manera la situación, como se evidencia en Gente de Bien (Franco Lolli, 2014), una película que aborda ese tema de una manera inteligente y lúcida.
Tanto en Los hongos como en Los días de la ballena los protagonistas son parejas, en la primera, de amigos, en la segunda hay un componente amoroso de por medio. Ambas parejas comparten, además de la pasión por los grafitis, el hecho de que los integrantes de cada una pertenecen a distintas clases sociales. Ras trabaja como obrero de construcción y sale junto con Calvin, estudiante de bellas artes, a pintar las calles de Cali; Cristina, también estudiante, deja su cómodo apartamento para aventurarse con Simón, un muchacho crecido en un barrio popular, y los jóvenes de la casa de artistas de La Selva a expresarse a través del arte urbano. En el caso de Medellín podría, además, sumar rápidamente a Los nadie (Juan Sebastián Mesa, 2016) o Matar a Jesús (Laura Mora, 2018), donde también se hace palpable la facilidad con que pueden cruzarse diferentes condiciones sociales. La explicación no es tan compleja, tanto Cali como Medellín conservan espacios públicos y privados donde los encuentros parecen aún posibles; cuidado, no por eso estas relaciones no son controvertidas o dejan de generar dolores de cabeza a los familiares, sobre todo, valga señalar, cuando son mujeres las que infringen las barreras sociales (Los días de la ballena, Los nadie, Matar a Jesús).
A lo anterior, se suma, en las películas que suceden tanto en Cali como en Medellín, la aparición bicicleta. Lo veo unido porque, justamente, el hecho de que se crucen personajes diversos hace que estos se apropien de la ciudad de una manera distinta, van a las casas los unos de los otros, se apropian del espacio urbano. Tal vez no falte mucho para ver a la bicicleta aparecer de manera constante en una película bogotana, pero, por ahora, la ciudad que vio nacer la ciclovía y que ha visto sus ciclorrutas multiplicarse en los últimos años, no tiene, por lo menos en estas, representantes, un buen exponente.
Las motocicletas también aparecen: en ellas solo se transportan los antagonistas de los protagonistas, por lo general violentos e incriminados con negocios ilícitos que se apropian del espacio público de manera dominante y agresiva.
¿Y Buenos Aires? La capital argentina donde vive la pareja protagonista es vista desde los ojos de estos paisas, que se conocieron allí y tomaron la decisión de compartir un apartamento destartalado en donde se aman y odian en igual proporción. La película inicia con ellos caminando, él quejándose de que ella no lo haga más rápido: estamos muy lejos del obelisco y las emblemáticas avenidas de la capital porteña. Vemos calles deterioradas, sucias, reflejos, también, de la decadencia en la que se ha sumido la pareja y en la que naufraga la relación amorosa.
Mención aparte merece una secuencia llena de fuerza en la que se intercalan imágenes de los dos protagonistas desplazándose; aparece el metro, finalmente, pero sólo para ser tratado como una calle: la mujer no se sienta, solo camina en él, mientras, de manera paralela, su pareja camina al exterior por un puente, en los dos casos se nos transmite una sensación de encierro, reflejo de lo que viven los personajes.
Los padres
Como en la carta de Caicedo, los padres son figuras definitivas en la juventud. Contra su omnipresencia en nuestras vidas de hijos nos levantamos para construirnos; determinar en qué nos diferenciamos de ellos es fundamental para determinar nuestra personalidad.
En algunos casos esas figuras están presentes solo a través de llamadas telefónicas, como en Limonada, limonada y Días extraños. Se habla con ellos que están lejos, se les miente un poco, o mucho, se les oculta la realidad. En la primera película los padres están al margen, pero se deduce que suplen con dinero la ausencia, les han dado a sus hijos el regalo de una libertad que, de cierta manera, están acostumbrados a tener, aunque no sean muy conscientes de ella. En Días extraños, el hijo que ha partido del país debe disfrazar la realidad que vive: la cosa no está tan mal, el dinero no se ha acabado, la aventura no ha dejado de tener sentido… Se lo dice a la voz que está al otro lado de la línea, se lo intenta decir a sí mismo.
En las otras películas se refleja una circunstancia que hace parte de nuestra realidad nacional: la ausencia de los padres. El padre de Tomás fue asesinado; la madre de Cristina, en Los días de la ballena, debió partir al exilio; la madre de Calvin nunca aparece, el padre no consigue trabajo hace tiempo y el joven vela por su abuela solitaria mientras los otros libran sus batallas de adultos. Así es como los filones de una realidad violenta y desigual se cuelan.
Drogas y sexo
Faltó el rock and roll para que quedara completa la frase cliché. Sin embargo, es cierto: nadie ha imaginado aún la juventud sin música. En estas películas siempre hay un momento de fiesta, de baile, y las bandas sonoras están cuidadosamente escogidas.
A esto se suma el consumo de drogas: el alcohol y la marihuana aparecen en todas las películas , también drogas más elaboradas. Están ahí para que el que las consume se relaje, se ría, se entumezca o termine por perderse (se pregunta uno dónde está la dichosa prohibición).
No se juzga a los consumidores en ningún momento, pero sí se muestra, en La Playa D.C. y en Los días de la ballena, que quienes controlan el microtráfico al interior de las ciudades llevan consigo la violencia, esta sí producto de la prohibición que permite la existencia de mafias. En la película bogotana, además, con el personaje del hermano de Tomás, se introduce la idea de que las drogas, finalmente, pueden hacer perder al que las consume, en este caso, además, se intuye que la profunda herida que porta esa familia (el asesinato del padre y el desplazamiento forzado) puede terminar por convertirse en trauma dificilmente superable.
El sexo, no me extraña, está presente en todas las películas, es una fuerza latente, curiosamente ligada al amor en muchas películas en donde los personajes parecen buscar justamente eso, como en Los días de la ballena o en la La playa D.C. En Los hongos, los personajes son sumamente ingenuos e inseguros en ese terreno, un poco como niños: en su recorrido se topan con mujeres más desenvueltas que exploran sin temores su sexualidad, excluyéndolos. En Limonada, limonada los personajes cruzan sin temores ciertas barreras y se entregan a los placeres, sin embargo, ahí todo se siente frío y superficial, como parte de un juego que ya han realizado muchas veces: el cuerpo y el otro parecen apenas unos lugares para encontrar algo de cariño, no parece haber mucho más, hay algo impostado y vacuo aquí (no sé si buscado o no) en este relato, la única de todas las películas donde se habla del aborto.
Días extraños, sin duda alguna, es la que explora de manera más arriesgada y cruda la sexualidad de sus protagonistas. El cuerpo del otro es un lugar de refugio y, a la vez, un espacio de conquista, en varios momentos, los personajes desnudos comparten momentos de cotidianidad, en otros solo parecen desear poseer el cuerpo del otro, marcarlo. Ponen a prueba sus límites, se acercan, se tientan, se seducen, se producen celos y arrastran a quienes se les aproximan a un juego peligroso y dañino en el que rápidamente se pueden transformar en abusadores. Perdidos en una espiral autodestructiva, el sexo, en sus manos, se ha convertido en algo doloroso y perverso.
¿Y la violencia?
La situación del país termina por contaminar las vivencias de los jóvenes de una u otra manera. Como lo he señalado antes, esto se percibe rápidamente en la composición de las familias, madres solteras o padres que están ausentes, aparece también con los peligros que acechan a los personajes, encarnados, en varios casos, en grupos que controlan espacios precisos. Así se ve claramente en Los días de la ballena: a través de la elaboración de un grafiti, Cristina y Simón desafían el orden establecido, las fronteras invisibles de la ciudad creadas por quienes quieren imponerse utilizando la fuerza y las amenazas. En Los hongos, televisores encendidos y voces en la radio mencionan a Uribe (expresidente omnipresente) y a algunos noticias del momento. La realidad nacional es eso, un ruido de fondo, algo que está ahí permeando todo, los protagonistas no son conscientes de esa piel de actualidad: se inspiran para sus grafitis de las noticias que encuentran sobre la primavera árabe. Esos videos que ven de una realidad distante de alguna manera resuenan en ellos, aunque no entienden mucho cómo –aquí, como en el amor, también son más bien ingenuos–. Perseguidos y violentados por la policía no ven nunca el vaso medio vacío, al contrario, por ejemplo, al ser, en un momento, sacados a la fuerza de la ciudad, el hecho, lejos de ser una experiencia traumática, se convierte, para ellos, en una posibilidad para reencontrarse con la naturaleza y traerla de regreso a la ciudad (una naturaleza tropical y exuberante que el director se cuida de mostrar de diversas maneras durante toda la cinta). Ellos, finalmente, son como los hongos, crecen libres en cualquier parte, se reproducen sin dificultad, no tienen preocupaciones. ¿Durante cuánto tiempo podrán mantenerse así?
En La Playa D.C., la violencia es palpable de distintas maneras: en el barrio de invasión al pie de los cerros, en la historia de desplazamiento forzado, en la manera cómo son tratados los personajes al momento en que se aventuran en otros espacios –como cuando van al centro comercial del que se hacen expulsar–. “Los perros somos nosotros”, comenta amargado el amigo de Tomás que solo desea partir pronto de Colombia, irse de nuevo a USA de ilegal, allá, por lo menos, dice, no se siente humillado a diario.
En Días extraños, Colombia está lejos pero presente en la añoranza de los personajes, en sus expresiones, en las canciones que bailan… La ciudad, ese Buenos Aires que se admira desde aquí por considerarla una ciudad más europea, se revela como un espacio multicultural con una variada migración. De todas formas, es allí donde también se viven dificultades y pulula la pobreza. ¿A qué se fueron? Recordemos que Buenos Aires fue durante mucho tiempo un destino muy apetecido para los jóvenes colombianos en busca de una ciudad con variadas oportunidades de estudio gratuitas o a precios accesibles y un nivel de vida que se intuía superior. La película está lejos de enaltecer el sueño argentino y desdibuja los imaginarios creados.
Espejo, arte y colores
Me llamó la atención la obsesión que se empeñan los directores en darle a la juventud con los espejos. En todas estas películas hay escenas en las que los personajes se miran al espejo. Parece un detalle menor pero, creo, no lo es. Mirarse al espejo aquí tiene que ver con esa búsqueda de definir la identidad (por un lado, quién ese ese que se refleja y qué tanto me representa y, por otro lado, habla también de proyecciones). Por ejemplo, en Limonada, limonada, los personajes se reflejan por momentos en ciertas superficies, en este caso lo siento más relacionado con la imagen que proyectan de sí mismos, pues en esta película eso es muy importante. Los personajes son conscientes de sí mismos, discuten entre ellos, están en silencio embebidos en sus pensamientos. Se piensan, piensan a otros.
En Días extraños, el reflejo del espejo no es uno solo, se multiplica, habla de pluralidad, de ser varios, de no estar demarcado, definido. Se miran de manera individual y en pareja, reflejados en su cotidianidad y en su multiplicidad.
En la mayoría de las películas escogidas, a los protagonistas les gusta dibujar, ese gusto, o, más bien pasión, termina por diferenciarlos de su entorno. También refleja un afán por comunicarse con otros, en La Playa D.C., Los días de la ballena y Los hongos los personajes dibujan, se expresan a través de lo que hacen. Esa posibilidad de comunicarse será fundamental para Tomás, algo que lo salva del entorno hostil en el que vive; en las otras historias los personajes realizan grafitis, deben ingeniárselas para realizar una actividad muchas veces condenada y, sobre todo, perseguida; las dos películas reivindican el arte callejero como una manera válida de expresarse (y son las que tienen la paleta de colores más intensa) y de denunciar injusticias. En estas tres películas, el arte y la expresión artística, brinda a los protagonistas, todos sensibles y diferentes a su entorno, la posibilidad de conocer personas que los acompañan y ayudan. En los tres casos, durante el desarrollo de la historia, los jóvenes afianzan su relación con el arte.
Los personajes de Limonada, limonada y Días extraños parecen irremediablemente más perdidos y sin algo (como el arte para los otros) que les permita expresarse. En las dos películas se retrata un momento que atraviesan. Son, además, filmadas en blanco y negro, como subrayando esa idea de retrato de las zonas grises y oscuras de los protagonistas. Esto último, mejor logrado en Días extraños (naufragamos, junto a los personajes, en esos días extraños, acuosos –sumergidos en alcohol– e inasibles que viven). La película bogotana, por su parte, retrata una juventud privilegiada y aburrida, que padece otros infortunios (la ruptura de un bonsai, pequeñas tragedias cotidianas, en la que se respira cierto esnobismo, deseos de partir –la mirada está en europa–, y, sobre todo, un cierto aburrimiento en un spleen, como lo definió Beaudelaire).
¿Qué puede decirse entonces de la juventud retratada en estas películas colombianas de la última década?
Sin duda, que las cuatro se centran en retratar unos pocos días en la vida de sus protagonistas, para algunos son días en los que muchas cosas van a cambiar o son, justamente, los instantes anteriores a un quiebre profundo, como sucede en La playa D.C., Los días de la ballena y Días extraños. En Los hongos y Limonada, limonada, el retrato de esos días permite asomarse a la cotidianidad de sus personajes, su entorno y dificultades.
En todas se percibe cierta fragilidad, lazos que pueden quebrarse en cualquier momento, desaparecer: nada parece definitivo, todo puede cambiar. Esa posibilidad latente parece unida a la juventud. ¿Es, como lo decía Caicedo, su esencia misma? Curiosamente, en las películas vemos que el cambio no siempre es deseado, ni buscado, más bien los personajes terminan abocados a él. En las cuatro películas se abre la presencia del futuro como un terreno incierto al que, de una u otra forma, los protagonistas no se asoman. La juventud, entonces, sería un momento presente, un instante, una etapa que se va a evaporar en cualquier momento y sobre la que no se tiene mayor consciencia (no todos, aunque traten, pueden ser como Caicedo).
¿Son representativos estos retratos de la juventud colombiana? Hay algo en todas latente y propio de estas tierras, ciertas tensiones que se cuelan, producto de nuestra realidad nacional o de nuestra idiosincracia, hay algo que se percibe desarreglado, fuera de lugar. Claro que la juventud es eso, un cuerpo en transformación, una personalidad que busca sus límites, pero, a ratos, pareciera haber algo más en estos retratos, algo externo que contribuye al desarreglo y que, para muchos, se ajusta al dibujar o realizar grafitis. Ese énfasis en personajes que indagan en su expresión artística llama la atención sobre todo en una realidad que no suele ser muy receptiva a ese tipo de expresiones. Los jóvenes, entonces, podrían ser buscadores: ahí están intentando encontrar la manera de expresarse, frente a otros y consigo mismos. Pero también, como aparece en ciertas películas, a veces la juventud es un momento de profunda soledad e incomunicación y lo que se filma es, entonces, el personaje que bordea las profundidades a ver si encuentra alguna salida.
Algunas desean solo retratar (la cámara siempre pendiente de las espaldas, comprometerse con la mirada subjetiva de sus personajes), otras parecen tocar algo que se escabulle: inasible, solo se insinúa. Las posibilidades, como se ve, son infinitas y este breve recopilación es apenas una pequeña muestra de un interés creciente por retratar una edad particular, una edad que, además, como país joven aún en pleno desarrollo, sería la nuestra, la que nos corresponde.
Publicado originalmente en Cero en conducta (noviembre 2020)