El 3 de diciembre de 1926 desapareció Agatha Christie. La historia parece salida de
una de las más de sesenta novelas de su autoría (sin mencionar cuentos y obras de
teatro) con las que se ganó a pulso un lugar entre lo más granado de la novela
policiaca. Heredera de Edgar Allan Poe (¿quién no lo es?) y de Sir Arthur Conan Doyle,
Christie consiguió salirse con la suya en un mundo regido por hombres y convertirse,
como afirman algunos, en la autora en inglés más leída después de Shakespeare.
Ese 3 de diciembre, Agatha Christie salió de su casa y no regresó. Cuando,
alarmados, familiares, amigos y fanáticos, comenzaron a buscarla encontraron su
carro abandonado al borde de una carretera, en su interior una maleta con
pertenencias de la escritora, nada más. ¿Qué pudo haber pasado?, ¿un secuestro?, ¿un
suicidio? Algunos sospecharon que se trataba de una treta publicitaria para continuar
vendiendo historias de misterios difíciles de resolver; los que conocían más de cerca la
intimidad de la escritora y su marido fueron más lejos, el señor Christie tenía una
amante así que, seguramente, esto era un castigo al despreciable infiel. Cualquiera que
fuera la razón lo cierto es que la famosa escritora de novelas policiacas estaba
desaparecida, sin dejar rastro, y los días comenzaron a pasar.
Apareció, finalmente, el 14 de diciembre. Se encontraba registrada en un balneario
conocido bajo el nombre de Theresa Neele, combinación en la que utilizaba, vaya uno
a saber por qué, el apellido de la amante de su marido.
Durante ese tiempo fue, por increíble que parezca, esa mujer que no existía, Theresa
Neele. No recordaba quién era en realidad. Al parecer, siendo esa otra, se condolió al
conocer la noticia de la escritora desaparecida y buscaba con avidez noticias sobre ella
para comentarlas con los otros huéspedes del hotel, atraída, como todos, por ese
misterio. Así pasaron los días. Dicen que cuando al fin la encontraron, no reconoció a
su marido, ni a ninguno de los que fue a buscarla. Con los días recuperó su verdadera
identidad y nunca más se volvió a hablar del asunto, ni quiso ella en vida mencionarlo
o explicarlo.
No soy la única a quién este episodio le parece perturbador y son varios los que han
escrito o imaginado una explicación para tan particular suceso. Es prácticamente
imposible imaginarse que pasó por la mente de Christie en esos momentos, mientras
fue Teresa, cuando miraba el mar desde el hotel a donde fue parar y se extrañaba del
silencio de sus amigos y conocidos, esos amigos y conocidos a los que seguramente no
podía ponerles ni nombre ni rostro, y se preocupaba un poco por esa escritora
británica desaparecida. Tal vez, mientras fue Theresa Agatha Christie se sintió
contenta, ¿no es el sueño de muchos ser otros por un momento? pero no por el clásico
deseo pueril de experimentar riquezas o fama sino por el simple hecho de estar, por
un instante, en otro cuerpo y poder ver el mundo desde una perspectiva diferente.
Quizás solo eso haría falta para ver el mar con nuevos colores o para sentir que
nuestro nombre, ese que oímos de manera automática, contiene nuevas y únicas
sonoridades, esas que yo creo sintió Theresa Neele, la que vivió solo durante 11 días,
cuando pronunció el nombre de Agatha Christie y se preocupó por su suerte.