Justo hace apenas unas semanas vi Amén de Costa-Gravas que tenía en mi numerosa lista de pendientes.
Basada en hechos reales narra la historia de Kurt Gerstein, químico de la SS que descubre que el gas que ayuda a suministrar está siendo utilizado en las terroríficas cámaras donde tantos perdieron la vida.
Nosotros, como espectadores, nunca vemos un muerto o una imagen explicita de esos horrores, no es necesario, basta con la cara de Gerstein y sus esfuerzos desesperados, aún a costa de su propia seguridad y de la de su familia, por hacer pública esta atrocidad para saber que lo que vió fue terrible, inimaginable. Un sacerdote subyugado por su estremecedor relato decide ayudarlo. Alguien debe detener estas atrocidades, darlas a conocer al mundo. Lo que Costa-Gravas retrata con acierto es cómo, para muchos, es imposible de creer que eso pase. Los alemanes no podemos estar haciendo eso, le contestan una y otra vez, es imposible que se estén exterminando familias enteras, que mueran madres abrazadas a sus hijos como cuenta Gerstein. Otros no quieren que sus intereses se vean afectados si esas verdades se hacen públicas. Prefieren callar, hacer oídos sordos. Si ignoran lo que pasa es como si no existiera y ya está, se puede seguir viviendo tranquilo, no hacer nada.
Esa negación de unos y el desinterés de otros que retrata Costa Gravas la he tenido muy presente en estos días tan difíciles que vivimos en Colombia.
Qué difícil puede ser aceptar que lo que dábamos por cierto no lo es. Qué fácil quedarnos anclados a ciertas creencias para evitar ver eso que parece tan horrible y difícil de creer.
Con qué facilidad podemos, sin sospecharlo siquiera, terminar alineados con fuerzas oscuras de las que apenas medimos sus capacidades.