Malestar indefinible
La nueva película del maestro surcoreano vista a través del cuento que la origina.
La sexta película del director surcoreano Lee Chang-dong se estrenó este año y no ha cesado de cosechar reconocimientos en diversos festivales alrededor del mundo. Aunque decir esto es empezar por el final. Antes de la película, antes de que el director tomara una cámara hubo un cuento y antes de ese cuento hubo otro.
Efectivamente, la película está inspirada en un relato escrito por el conocido escritor japonés Murakami, que se encuentra dentro del libro El elefante desaparece (1993), el cuento fue traducido al español como “Quemar graneros” . Y si digo que antes hubo otro es porque anterior a esta historia estuvo una de William Faulkner que de seguro leyó Murakami: “Incendiar establos”, publicada por primera vez en 1939. En esta corta historia Faulkner pone de protagonista al pequeño Colonel Sartoris quien decide boicotear los planes de su padre que suele desahogar su rabia y frustración quemando establos. Aquí, como lo señala Lee Chang-dong “el establo de Faulkner representa la realidad misma, el objeto mismo al que se dirige la ira”. Quemando, destruyendo, el padre pretende restablecer un equilibrio natural que, cree, le fue arrebatado por otros. Las llamas son el elemento a través del cual espera purificar y restablecer el orden perdido. Esta idea reaparece modificada radicalmente en el relato de Murakami. En el cuento del japonés, el narrador, un hombre de 31 años, establece una relación con una joven de 20. La joven estudiante de pantomima, dueña de un carácter abierto y original, le encanta al narrador que se convierte en su amigo y la busca con frecuencia a pesar de estar casado. En un momento ella parte a África por tres meses y regresa acompañada de un japonés al que conoció durante su viaje. Durante una tarde que comparten los tres, el flamante novio le revelará al narrador que tiene un particular pasatiempo: quemar graneros. Ya no es la ira el motor y ni siquiera el granero es un objeto en sí mismo, sino que termina convertido en otra cosa gracias al discurso del personaje en el que dice de ellos que “están esperando a que los queme. Yo solo cumplo con mi obligación”
El texto esboza en pocas líneas unos personajes complejos de los cuales, precisamente, desconocemos el meollo de su complejidad. El narrador retrata lo que ve, es evidente que algo turbio, algo que está escondido circula en todo el texto. ¿Están realmente lo personajes hablando de lo que dicen estar hablando? ¿Qué se esconde tras las palabras? Sin embargo, el horror, el espanto está oculto, insinuado, el narrador no lo nombra, vive en la mente del lector.
Este espíritu lo retoma completamente el director surcoreano y lo transforma en unas bellas y delicadas metáforas visuales. La película, al igual que el texto, está focalizada desde un solo personaje, el narrador del texto se transforma en Lee Jong-su, interpretado por un solvente Ah-In Yoo que encarna a un hombre como cualquier otro. No parece destacar en nada, no es ni muy rico ni completamnte pobre, ni guapo, ni muy feo, y podría seguir hasta hartarme. Es, en resumen, un hombre promedio, uno que, como el personaje de Faulkner, se ha visto afectado por los accesos de ira de su padre que se encuentrac detenido, por ese motivo, mientras espera el desarrollo de un proceso judicial. Esto obliga a nuestro protagonista a ocuparse del rancho familiar. Lee sueña con ser escritor y admira, en un claro guiño, a Faulkner.
La joven es Shin Hae-mi, interpretada por la novata Jong-seo Jeon que en ese, su primer papel, sorprende por la versatilidad de su interpretación dando vida a la libre y original muchacha que trastoca la vida de Lee. En la adaptación no hay diferencia de edad entre los dos, es más, estos personajes se conocieron de antes, compartieron un pasado. Lee ni lo recuerda y de alguna manera se arrepiente ahora de no haber reparado antes en esta muchacha que le cuenta que él se burlaba de ella cuando eran niños y que ahora lo tiene cautivado. Ella, como el personaje de la historia, estudia pantomima y esto le permite al director establecer numerosos lazos entre lo que es y lo que parece ser. Simula comer una mandarina y parece real pero ¿realmente lo es? La pregunta es clave y atraviesa el relato cinematográfico, ¿existió o no el pozo del relato infantil? Y es que ciertas cosas parecen estar ahí, como el gato de Shin Hae-mi, pero no lo sabemos a ciencia cierta (que el gato tenga una función importante posteriormente está claramente ligado con la importancia y poderoso simbolismo del mismo en la obra de Murakami). Se puede poner en duda, también, la veracidad de los deseos de la protagonista, ¿le gusta realmente Lee? Shin Hae-mi parece siempre estar mandando mensajes contradictorios o difusos sobre lo que desea y quiere.
El director se toma su tiempo para construir estos personajes y la relación que establecen, y para trazar las fuentes de tensión que vive este aspirante a escritor corto de dinero, que encuentra consuelo en sus masturbaciones solitarias en casa de Shin Hae-mi mientras el sol se pone. Todo cambia, como en la historia original, cuando ella regresa de su viaje a África acompañada por un misterioso novio nuevo.
Steve Yeun, a quien muchos recordarán por su papel de Glenn en la serie The Walking Dead, revela aquí su gran capacidad actoral al interpretar al recién llegado Ben. Guapo, rico, Ben vive en otro lado de la ciudad y es, como pueden apreciarlo rapidamene, el opuesto de Lee. El director se regodea contraponiendo las diferentes viviendas, constatando los colores y ambientes irreconciliables que existen, paradójicamente, en la misma ciudad y que solo se rozarán, por un instante, seducidos bajo el influjo de la misma mujer. Pero, un momento, ¿si es tan claro todo?, ¿acaso sí está seducido Ben? ¿No pareció bostezar aburrido por un momento? ¿No parece todo parte de una estudiada puesta en escena?
Lee duda de él, lo sabemos, pero esa duda jamás es puesta en palabras, solo planea ahí, en lo no dicho. Tras la espectacular escena de baile de Shin Hae-mi, con la música que Miles Davis compuso para Ascensor para el cadalso, de Louis Malle (otro guiño en un momento esencial), un bello y sensual momento filmado con plasticidad y delicadeza e interrumpido con rudeza por el consternado Lee que ya no sabe hacer con eso que no logra poner en palabras, esa mezcla de deseo, frustración y celos que le explota en el pecho. A partir de ahí todo cambia, lo sabemos pero no podemos definirlo. Algo se intuye pero no se sabe con certeza qué es, como todo lo narrado en esta historia que pone en evidencia, para usar las palabras del propio director, lo que sucede en “este mundo en el que percibimos que algo está mal, pero no podemos identificar cuál es el problema”.
Lee Chang-dong remplaza los graneros del texto por invernaderos que, según él, se encuentran más fácilmente en Corea y que, además, son para él toda una metáfora: “Un invernadero que es transparente pero manchado. Si dijéramos que la metáfora es un concepto o significado, el invernadero gastado en la película es una imagen que va más allá del concepto o el significado. Tiene una forma física, pero es transparente y no tiene nada adentro.”
Las llamas del texto de Faulkner se transforman en Murakami en palabras, en algo que se dice hacer pero que no sabemos si se concreta como sucede en la película. La tensión crece pero nada se perturba, como nada parece afectar al ecuánime Ben mientras Lee intensifica su búsqueda y elabora respuestas que, nosotros intuimos mientras seguimos con angustia escenas en que la tensión es palpable y un malestar lo inunda todo. Si Murakami opta por dejar un final abierto, lleno de desasosiego, el director surcoreano decide liberar toda la presión acumulada y darle paso al acto,aquí pareciera que las llamas deben llegar para restablecer el equilibrio o el asomo de él pero ¿algo cambia realmente?
Al espectador, como al lector, decidir qué sigue y resolver o, mejor, cargar con el enigma planteado.
Burning es una película inusual y arriesgada, un ejercicio plástico cuidadoso, contenido, cargado de metáforas visuales y que difícilmente dejará a indiferente a alguien.
Texto publicado originalmente en Cero en conducta, Número 4 Octubre-Diciembre