2017 es el año en el que Michel Franco se consolidó como el director mexicano más premiado en Cannes. Este logro lo consiguió gracias a su última película, Las hijas de Abril, con el que obtuvo su tercer premio en este importante certamen, en esta ocasión el Premio Especial del Jurado en la sección en Una cierta mirada.
La película se centra en una disfuncional familia compuesta exclusivamente por mujeres, como le indica el título, se trata de Abril y sus hijas, Valeria y Clara.
La historia inicia mostrándonos la cotidianidad de las dos últimas que viven juntas en un escenario paradisiaco: una casa con una hermosa vista al mar en el Puerto de Veracruz. Como es común en la filmografía de Franco algo ya ha pasado cuando inicia la acción. En este caso, Clara, la mayor, a quien se le ve avejentada y cansada, parece llevar una existencia gris y anodina mientras lidia, como puede, con su medio hermana menor, Valeria, que a sus 17 años se encuentra embarazada de su también casi adolescente novio.
La pronta llegada del bebé lejos de asustar a la joven pareja parece simplemente hacer parte de esta suerte de ambiente idílico, despreocupado y hedonista en el que están inmersos, para desconcierto de los adultos que los rodean, los futuros padres. Una de las escenas iniciales, precisamente, nos muestra a Valeria deambulando desnuda por la sala de la casa, en plenitud total, una suerte de Eva en el paraíso sin preocupaciones, ni obligaciones.
Clara que intuye la carga de responsabilidades que se cierne sobre ellas y percibe la inconsciencia de su hermana decide llamar a Abril, la madre ausente, una española para que las ayude. ¿Por qué no está ahí la madre? , ¿qué la llevó a irse? Franco, que es también el guionista, insinúa posibilidades, abre puertas a las que nos invita a asomarnos.
La madre, encarnada por Emma Suárez, llega, llena de energía, a ocupar el lugar que cree le corresponde trastocando el precario equilibrio existente.
El director se vale de sus técnicas habituales, planos abiertos gracias a los que mantiene una mirada fría y desapasionada sobre los personajes que no impide que sintamos cosas, pero donde él se cuida de realizar juicios o tomar partido. La ausencia de banda sonora ayuda a también a potenciar esta suerte de ambiente aséptico en la que se excluye el melodrama o excesivo dramatismo.
Emma Suárez se luce en su interpretación de una madre aún joven, atractiva, dedicada al yoga y que ha hecho suyo un discurso de vida saludable y equilibrada, aunque no tardaremos en descubrir que tras esta apariencia positiva se esconden lados profundamente oscuros e insondables.
El regreso de la Abril le permite a Franco explorar la relación entre madre e hija. Por un lado, la madre que regresa a retomar las riendas, y de qué manera, con las hijas que ha dejado, por el otro, la madre adolescente que se enfrenta al aterrizaje en la realidad al tener a su pequeña entre los brazos. Curiosamente, es la llegada de esta tercera generación femenina la que parece potenciar y sacar a la luz lo que seguramente se mantenía oculto, latente.
En esta película de mujeres los hombres son prácticamente accesorios ya sea porque han decidido alejarse y tomar distancia (podríamos entender las razones) o porque se convierten en juguetes fácilmente manipulables.
A pesar de que la dirección mantiene el pulso ciertos giros del guión suceden de manera demasiado rápida hacia el final lo que no solo desubica al espectador sino que termina por sacarlo de la situación padecida por ciertos personajes. Esto último, sin embargo, no termina por empañar una película interesante, bien actuada, que deja muchas preguntas e inquietudes abiertas y que, a diferencia de las otras hechas por Franco, abre una ligera luz de esperanza al final.