Que a nadie lo engañe con su infantil apodo, Baby es una fiera al volante.
De reflejos impecables movimientos rápidos y precisos, Baby consigue que un carro haga lo que él desea en pocos minutos y hace ya un tiempo que sus deseos están atados a las órdenes de Doc, un especialista en crear equipos para realizar robos, para el cual está obligado a trabajar.
La increíble habilidad de Baby tras el volante está completamente ligada a su pasión por la música que escucha en permanencia para sobrellevar el tinnitus (un zumbido permanente en sus oídos) que padece tras un trágico accidente. Baby no se mueve sin escoger una banda sonora ideal y sincroniza sus movimientos a la perfección con ella. Esta particularidad del personaje protagónico permite que “Baby: el aprendiz del crimen”, como fue traducida por estas tierras, tenga unas increíbles secuencias musicales combinadas, muchas veces, con escenas de acción.
Buena música, colores vivos, personajes arquetípicos al servicio de la acción, una dulce historia de amor y un protagonista deseoso de alejarse de un mundo criminal que no está dispuesto a perder tan valioso elemento, son los ingredientes mezclados por el director inglés Edgar Wright y que, inicialmente, percibimos como una bocanada de aire fresco en un género en el que la música suele acompañar las acciones, no determinarlas.
La película es divertida, con toques de humor negro, dinámica, y todo parece ir bastante bien mientras nos aproximamos al clímax en el que, aparentemente, cualquier cosa puede pasar.
Y de pronto, por que sí, se acaba la fiesta o por lo menos las reglas con las que nos la plantearon al inicio. Es como si el impulso inicial se fuera perdiendo en los minutos finales y que a nadie le importara que Doc tome decisiones incomprensibles tras la caracterización que se ha hecho del personaje y que los otros secundarios terminen por convertirse ya en la mera caricatura del arquetipo que encarnaban. Por un instante creemos que solo se trata de un sueño incomprensible del protagonista y que la película retomará su impulso pero no, de alguna manera, incomprensible para mí, “Baby” termina convertida en una especia de fábula moral cuando tenía todo para volar por si sola y mantenerse fiel a su espíritu juvenil y contestatario.
Lástima.