Tras una taquillera primera parte los cuatro jinetes están de regreso.
El guión abusa de sus recursos y la película se convierte en una sucesión de trucos que termina por saturar. Los continuos giros de la historia producen que la trama sea completamente inverosímil y a esto se suma que los personajes y sus conflictos, que hubieran podido hacer que lo anterior no importara y sostener el edificio narrativo, se diluyen. Poco o nada importa el trauma de Mark Ruffalo y qué decir de los villanos convertidos en meras caricaturas porque, la verdad, es que ni ellos mismos se toman sus maléficos planes muy en serio.
Cuando se encienden las luces la sensación es más bien triste, vimos unos trucos fantásticos, hicieron todo por mantenernos atentos y engañados, pero, de alguna manera, alcanzamos a percibir el doble fondo del armario, adivinar las orejas del conejo oculto en el sombrero y , sobre todo, a pesar de los juegos de luces, vimos las costuras que sostienen la roja tela de satín.