Inspirada en el caso de la austriaca Natascha Kampusch quien fue secuestrada en 1988 por un hombre que la mantuvo cautiva en el sótano de su casa durante ocho años, la escritora irlandesa Emma Donogue, publicó en 2010 La habitación (Room). La exitosa novela, traducida a varios idiomas, cuenta la historia de Joy, que al igual que Natacha será encerrada contra su voluntad durante varios años por un hombre. La originalidad del texto reside en que Donogue le da a tan dramática historia un giro inesperado, decide no contarla ni desde la victima, ni desde el victimario, sino a través de la mirada del hijo nacido en cautiverio, Jack.
Ese giro es suficiente para cambiar el tono del relato porque para ese niño la habitación donde vive con su madre es el único mundo que conoce y por ende lo acepta como tal sin los sufrimientos y angustias que padece la que se sabe cautiva. El director irlandés Lenny Abrahamson sucumbió al encanto de esta historia y consiguió, tras mucha insistencia, que Donogue no solo le permitiera llevarla al cine sino que además ella misma escribió el guión. Así que, como en el libro, la tensión de la película se centrará en Jack, vemos lo que él ve y es su voz, una preciosa y poética, la que nos explicará ese particular espacio.
Efectivamente, Joy, la madre, interpretada por una impecable Brie Larson, ha sabido crear para su hijo una cotidianidad alejada del drama de su situación. Viven en “Habitación”, como lo sugiere el título en inglés, no se necesita el artículo porque esta es la única que existe y el centro de ese universo particular que comparten donde todo es único. En este pequeño espacio, en donde el sol apenas entra un poco por una deslucida claboya, hacen ejercicio, viven aventuras, realizan las labores del hogar, interactúan con el captor al que llaman Viejo Nick (nombre que recibe el diablo en ciertas culturas europeas) y leen apasionantes relatos. No es casual que dos de las lecturas mencionadas en la película sean El conde de Montecristo, que habla de un personaje que soportó una prolongada prisión durante años y que tuvo como aliciente la compañía de un hombre a quien quería como a un hijo, y Alicia en el país de las maravillas que plantea uno de los dilemas más interesantes e intensos de la película: la noción de realidad. Cuando Alicia cae en el hueco ya no sabe qué es más real si el mundo que dejó afuera o este fantástico que se abre ante ella, para Jack no hay más realidad que esa que ha conocido y todo lo demás escapa, inicialmente, a su comprensión. Cuando consigan escapar de este encierro (al estilo Conde de Montecristo) una realidad que desconocen los espera afuera. A través de la imagen Abrahamson nos hará partícipes de este mundo nuevo ilimitado que Jack nunca ha visto y que su madre debe redescubrir porque las cosas, la gente, continuaron en movimiento, cambiaron, mientras ella estuvo en pausa, en otro tiempo.
La habitación es una película que despierta emociones muy diversas y que hace lo posible por evitar caer en lugares comunes y melodramas. No todo es perfecto en ella, tal vez algunas cosas pasan demasiado rápido y otras quedan apenas esbozadas pero es la mirada de Jack, encarnado por esta increíble sorpresa que es Jacob Tremblay, lo que nos mantiene atados a la silla y es su voz la que nos hará reflexionar, aún después de apagadas las luces de la sala, sobre la manera cómo escogemos mirar el mundo, amar y, honrando el pasado, construir una manera agradecida de habitarlo.
Publicada originalmente en www.Kinetoscopio.com