Corría el año de 1823 cuando Hugh Glass un explorador del oeste americano fue brutalmente herido por una osa Grizzli y abandonado a su suerte por sus compañeros de aventura. La historia hubiera terminado ahí si Glass, decidido a no morir y a vengarse de aquellos que lo dejaron atrás, no hubiera emprendido, a pesar de sus graves heridas y lo difícil de las condiciones climáticas de la frontera estadounidense, un épico viaje de seis semanas para conseguirlo. Esta increíble hazaña de supervivencia ha atraído a diversos historiadores, escritores y cineastas, como es el caso del director Alejandro González Iñárritu que se inspiró de esta historia para su última película The revenant (a la que me niego a llamar el renacido por razones que aclararé después).
González Iñárritu tomó parte de esa historia narrada en el libro de Michael Punke y realizó una serie de modificaciones para darle mayor dramatismo al relato y ampliar las temáticas que toca. Por un lado está el hombre decidido a no morir y embarcado en una travesía épica con todo en contra; por el otro, una reconstrucción de las tensiones y enfrentamientos que se vivían en esa época, entre los diferentes grupos de exploradores, y sus intereses económicos, y las distintas tribus que poblaban esos territorios.
Mucho se ha hablado de la belleza visual de la película y todo lo que se diga es poco para hacerle justicia a esta cinta donde el genio de Lubezki para la fotografía se combina a la perfección con una cámara virtuosa e impecable que acompaña con acierto la acción. Unos minutos de The revenant (obligatorio hacerlo en una gran pantalla) bastan para quedar subyugado ante la majestuosidad de los paisajes, combinada de manera equilibrada con una violencia brutal y cruda, para comprender por qué un actor que no ha temido nunca los desafíos, como lo es Leonardo Dicaprio, no dudara en afirmar que esta ha sido la interpretación más dura de su carrera. Efectivamente, ver a DiCaprio encarnando al temerario Glass es contemplar un ejercicio de fortaleza física y mental. Los diálogos son prácticamente inexistentes y todo lo que DiCapro desea transmitir lo hace a través de su cuerpo y su potente mirada: la angustia, el dolor, los momentos de locura y enajenación, la culpa y la compasión, la gama es amplia y variada. DiCaprio realiza una interpretación impecable que lo hace, sin duda, merecedor de todos y cada uno de los premios que ha recibido y de aquellos que le falta por recibir.
Claro, su actuación no sería suficiente si no lo rodeara un equipo sólido e inmejorable entre los que se destaca un Tom Hardy perfecto encarnando a Fitzgerald, un antagonista que consigue ser a la vez sosegado y brutal.
Quisiera hacer ahora énfasis en un aspecto que he sentido poco explorado en las críticas que he leído y tiene que ver con el choque de civilizaciones presente en la película. Como lo anoté anteriormente en este momento especifico de la historia, principios del siglo XIX, convergen en la frontera estadounidense diversos grupos e intereses: los comerciantes; los militares; las diferentes tribus indígenas; unos y otros interactúan y se enfrentan entre sí, negocian y se matan. Es un momento hostil en el que era difícil que el sentido comunitario primase, en últimas, el personaje de Fiztgerald encarna simplemente la necesidad de salvar el propio pellejo y de velar por sí mismo en estas tierras apartadas de todo en donde no se sabe aún cuál ley debe primar. González Iñárritu decidió que el Glass de la película viviera un tiempo entre los indios (DiCaprio debió aprender dos lenguas indígenas para su papel) y que tuviera un hijo mestizo fruto de su relación amorosa con una indígena. Esta inclusión permite que la película explore ciertos temas que de otra manera quedarían rezagados como el sentido de pertenencia, la extinción de un pueblo , la pérdida de la fe, entre otros.
En una escena, por ejemplo, la película reproduce una fotografía real de la época: una pila enorme de cráneos de bisonte. Efectivamente, el asesinato masivo de estos animales, fuente primordial de alimentación para los indígenas, hizo parte de las estrategias utilizadas por los colonizadores en su búsqueda por controlar la zona. En la película Glass contempla la pila de cráneos de bisonte en silencio, a través de rápidos flashbacks vemos cómo él entiende la gravedad de lo que ocurre y cómo esos cráneos, huecos y vacíos, están íntimamente ligados a la tribu que conoció, esa pila solo simboliza la destrucción salvaje de un pueblo y sus creencias.
González Iñárritu le quita al personaje histórico original su motivación principal: la venganza por su abandono y lo trasforma en alguien que desea ante todo vengar la muerte de su hijo y, por qué no, de una cultura. Glass se transforma no en el renacido como fue traducida de manera inexacta la película al español sino en el regresado, intentando ser fiel a la palabra de origen francés revenant, alguien que vuelve del más allá, de un sitio que conoció y ha desaparecido -en la cinta este sitio y quienes lo poblaban aparecen a través de flashbacks y alucinaciones oníricas que padece el protagonista- decidido a cobrar venganza pero, como se entiende al final, no será él quien deberá llevarla a cabo sino los otros afectados y, a pesar de su carga simbólica, poco o nada se conseguirá con ella. El daño ya está hecho.
¿Qué queda entonces? “Somos todos salvajes” escriben en un letrero los exploradores franceses tras un acto de sadismo y, sin embargo, creo que la película nos recuerda que en esos momentos de horror siempre hay alguien que se niega a sucumbir ante él, que se niega a entregarse al salvajismo ya sea porque el amor lo rescata y lo humaniza, o porque piensa en otro y lo ayuda, o porque se sorprende con las pequeñas cosas y sonríe.
Termino con una escena preciosa en donde se condensan muchos elementos de la película: La cámara se acerca a Glass que contempla impotente la muerte de su hijo, el vaho que sale de su boca empaña el lente que sube hacia el cielo, el vaho parece transformarse en nubes que rodean un lejano sol, una metáfora de la muerte y el más allá, y, de repente, esa misma cámara enfoca un humo que veremos proviene del cigarro del asesino, Fitzgerald, y ahí están esos dos hombres unidos por un mismo elemento (este vaho transformado en nube y humo), ligados inexorablemente por la muerte, compañeros de infortunio y decididos a sobrevivir a pesar de las adversidades.