¿A quién temían y admiraban, en igual proporción, a finales de los 60 y comienzos de los 70 los personajes políticos más importantes de esa época? Sin duda a Oriana Fallaci, la periodista y escritora italiana que, para entonces le daba la vuelta al mundo realizando entrevistas de la manera única que ella misma había creado.
Nacida en 1926 Fallaci desde temprana edad, como cuando fue mensajera de la resistencia Italiana durante la Segunda guerra mundial, desafió lo que debía ser el destino de una mujer en esos tiempos. Decidida, intrépida y capaz se labró a pulso y sin ninguna formación académica una carrera que trascendió rápidamente las fronteras de su natal Italia.
Fallaci diseccionó como nadie la fauna y flora de Hollywood, retrató a los astronautas que iniciaban la conquista del espacio, fue a Vietnam y a otros frentes de batalla y estuvo allí , en primera línea, contemplando el horror de la guerra. Tuvo tiempo para enamorarse con pasión y estar a punto de enloquecer, fue capaz de escribir sobre la experiencia de la maternidad desde ángulos no explorados hasta el momento en Carta a un niño que nunca nació. Logró transmitir las vicisitudes y contradicciones del que se siente llamado a ser un héroe en su magnifico libro Un hombre sobre la relación que sostuvo con el poeta y líder de la resistencia griega Alekos Panagoulis. Menguada por el cáncer, embarcada en su último gran proyecto de escritura, abandonó su aislamiento voluntario para levantar su voz de alerta y su grito de protesta frente al Islam tras los ataques del 11 de septiembre. Hasta el final de su vida, en septiembre de 2006, tal vez a su pesar porque hubiera querido poder trabajar en silencio y tranquilidad, levantó polémica y no dejó indiferente a nadie.
Este año el director Marco Turco aceptó la difícil misión de llevar la vida de está mujer a una miniserie televisiva y a una versión para cine. Solo conozco la segunda y el resultado es lamentable. Ahora que el nombre de Oriana Fallaci no llena titulares y que seguramente no significa mucho para los más jóvenes (intenten por ejemplo conseguir un libro de ella en una librería bogotana) aparece esta película necesario pero pensada lamentablemente para televisión que deja un mal sabor en la boca. Nada convence, empezando por la actuación, siguiendo por la manera cómo escogió el director para narrarla (una vieja Fallaci que, a su pesar, cuenta su vida a una joven periodista Sniff Sniff) y terminando por la sensación que deja de estar viendo apenas un esbozo, casi una caricatura, que poco o nada explica a este personaje tan particular.
La buena noticia es que en este mismo año Cristina de Stefano, también periodista italiana, publicó Oriana, una donna (título en simetría con el de Un hombre) traducido al español, por obra y gracia el marketing, como La corresponsal, traicionando el deseo de la autora (y del libro) al hacer énfasis en solo una faceta de la personalidad del personaje. Pero bueno, el detalle, afortunadamente, no afecta el contenido y esta biografía editada por Aguilar es un placer de principio a fin.
Agradablemente escrito la autora sabe desaparecer para dejar aparecer a la verdadera protagonista: Oriana. La extensa investigación realizada se articula de manera armoniosa con una escritura fluida en la que no se busca solamente, eso hubiera sido un fiasco, enaltecer la memoria de la periodista sino retratarla lo más fielmente posible. De Stefano consigue poner luz en momentos oscuros y confusos de la vida de la protagonista y muestra sin juicios sus contradicciones y mezquindades. Esto solo consigue permite acercarnos más a esta mujer compleja, inteligente y valiente y nos permite navegar por su amplia producción bibliografía la cual De Stefano introduce adecuadamente en la narración dando claves de lectura y sembrando el interés por leerlos.
Un libro esencial para acercarse a la vida y obra de esta mujer sin límites que vivió a su manera y cambió la forma de hacer periodismo de su época.