Aunque la multitud de series sobre narcos parecen corroborarlo que nadie se equivoque, los latinoamericanos no somos los únicos que hemos producido temibles hampones que ponen de rodillas un sistema judicial para moverse a su antojo. Estados Unidos en su historia reciente tiene varios nombres para aportar a esta lista de la infamia, entre ellos, el de Whitey Bulguer.
De origen irlandés, nacido y criado en el sur de Boston, Bulguer hizo todo lo que se le pasó por la mente mientras se convirtió en el jefe máximo de la delincuencia organizada de su ciudad: robó, extorsionó, traficó drogas, mandó a matar, mató con sus propias manos, hasta ayudó al IRA y todo eso lo hizo durante la bobadita de más de 20 años.
Idealizado por unos (sí, a él también lo trataron de Robin Hood), temido por muchos Bulguer se convirtió en el amo del crimen de Boston amparado, ¿quién pudiera creerlo?, por el FBI.Esta historia de mentiras, muertes y corrupción ha sido llevada a la pantalla de dos maneras complementarias: una película y un documental.
La primera , basada en un exitoso libro, dirigida por Scott Cooper, es Black Mass traducida como Pacto sangriento (qué espanto de título). Cooper optó por ahorrarle al espectador la infancia, adolescencia y primera vez en prisión del protagonista y centrarse en su ascensión en la jerarquía criminal. Nada nos explica su inclinación por el lado oscuro (como dirían algunos) mientras su hermano, al contrario, consolida una importante carrera política que lo lleva a ser presidente del senado de Massachusetts (aunque ser político también puede ser considerado hacer parte del lado oscuro, claro).
Cooper se acerca con frialdad a este bandido, da la sensación de que quiere verlo de lejos, de manera higiénica haciendo un retrato lo más limpio posible, eso es quizás lo que le quita fuerza a la película. Es difícil conectarse con la historia, con los personajes y sus motivaciones. La joya de la esta obra cinematográfica es, sin duda, la actuación de Jhonny Deep que deja atrás los roles excéntricos que lo han caracterizado en los últimos años y encarna magistralmente a Bulguer (espero desde ya su nominación al Óscar). Es cierto que vemos aspectos del lado familiar de este criminal, del amor profundo por su hijo o de su relación con su hermano pero nada compensa el mal que parece asomarse en esa mirada gélida de ojos azules con la que Deep consigue petrificarnos mientras las escenas más violentas terminan siendo en las que no hay golpes, ni balas. Por instantes, la verdad, nos sentimos ante la presencia del mal encarnado, así de simple, así de espantoso. Sin embargo, a pesar de la lección de actuación dada por Deep y el buen acompañamiento hecho por los otros integrantes del reparto, algo falla, no termina por encajar en esta película que uno siente que hubiera podido ser más.
Por su lado, el documental Whitey: United States osf America v. James J. Bulguer (2014) dirigido por Joe Berlinger ,disponible en Netflix, se centra en el juicio realizado contra Bulguer tras dieciséis años de estar prófugo y ser uno de los hombres más buscados por Estados Unidos. Construido a partir de diversos testimonios, la reconstrucción de las audiencias, y con la participación de fiscales y abogados defensores el documental permite ampliar y entender mejor lo visto en la película. Conocemos a las víctimas y el dolor que han cargado sus familias, se reconstruye el ascenso de Whitey y los métodos que utilizó para lograrlo, lo escuchamos firme y decidido, con más de 80 años, afrontando su juicio y todo esto mientras la pregunta fundamental de este caso, la que hace tambalear la imagen de la supuestamente implacable justicia norteamericana, crece y crece: ¿ era, sí o no, Whitey un informante del FBI? La respuesta a esta pregunta lo cambia todo porque es la diferencia entre una carrera criminal individual de una serie de actos de corrupción sin límite dentro del organismo de investigación criminal más importante de los Estados Unidos . Solo formular la pregunta