Siempre me han llamado la atención los parques de atracción abandonados.
Lugares diseñados para contener largas filas de gente que conversa, se ríe y contiene la emoción que siente, antes de montarse a la máquina de turno, de repente están en silencio, cubiertos de maleza.
No parecen tener utilidad alguna tras su abandono, no son como las casas abandonadas que podrían convertirse en un refugio improvisado.
Ignoro si esas montañas rusas carcomidas por el óxido pueden contener fantasmas que los habiten.
Acuaparque abandonado, Aruba.
Me inquietan sus cadáveres abandonados que solitarios y orgullosamente erguidos ven pasar el tiempo pasar mientras, a su alrededor, el mundo continúa indiferente.Recordatorios de un pasado de alegrías, movimiento y gritos sofocados que se niega a desaparecer del todo.