La primera cosa sorprendente de esta película es la manera cómo logró financiarse, la mayor parte del dinero la consiguió el español Rodrigo Soroyen gracias al crowfunding tras convencer a muchos de creer en la historia que quería contar. De esta manera consiguió convertir una idea que desarrolló inicialmente en un corto en su primera película.
Stockholm es, en realidad, dos películas en una. La primera parte narra el encuentro de un chico y una chica en un bar. Él coqueto, insistente desplegará todo su encanto para seducir a esta chica hermosa y seria que parece aburrida y se quiere ir a su casa temprano. Así de sencillo. En una entrevista realizada por Andrea Bermejo, el director dijo “Lo que más me gusta de la película es ese microcosmos que vivimos muchas noches los de nuestra generación y del que no se hacen películas, o si se hacen, son fantasiosas o edulcoradas”. Precisamente ese microcosmos nocturno es el epicentro de la primera parte. A mí me recordó, como no, a la ya clásica Antes del amanecer (1995) en varios momentos, sobre todo porque la historia gira entorno a estos dos personajes que la cámara sigue en largos planos secuencia. Lo que pasa es que nuestros protagonistas no son tan ingeniosos como los anteriores (quizás son simplemente más reales) y sobre todo, la atracción no es, por el momento, mutua.
Mientras observamos esta danza clásica de seducción otras cosas suceden. Por un lado, ciertas informaciones nos son brindadas en pequeñas dosis y crean un vacío sobre los personajes: ¿estamos realmente conociéndolos?, ¿qué se esconde bajo esas sonrisas?Por otra parte, la cámara se convierte en un participante activo, en esta primera parte enfoca de determinada manera ciertas cosas, deja otras por fuera y con cuidado genera esta noche entre real y fantástica en la que todo es posible. Destaco la secuencia final del ascensor, particularmente bien lograda. excelente clímax para esta primera parte.
Lo que vendrá después es el amanecer.
Los tonos cálidos serán remplazados por el blanco y el negro, presentes desde la ropa de la protagonista, en un apartamento particularmente monocromático donde todo ha perdido el color. Si alguna vez nos dijeron que tocaba temer a la noche y sus demonios Sorogoyen nos mostrará que es todo lo contrario, es la salida del sol la que pondrá en evidencia lo que se oculta, lo que se teme, lo que con cuidado hemos disimulado bajo las luces y la oscuridad. De día ya no hay cómo ocultarse o huir.
El elemento simbólico que atraviesa toda la película es, sin duda, el espejo, ya sea como el lugar donde el personaje se ve y se desconoce (como en una memorable secuencia de la chica), donde se reflejan abrazados, o porque la relación entre los dos personajes se transforma en un intrincado juego de espejos en donde el uno parece, a veces, el reflejo del otro y viceversa.
Es cierto que no es una película perfecta y que su desarrollo puede tener momentos desiguales pero estamos ante un ejercicio estético sólido y envolvente en el que la atmósfera juega un papel fundamental y ante un director al que, de seguro, toca seguirle la pista.