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 La última novela de Mauricio Bonnett tiene un cautivante punto de partida: Sebastián, un escritor colombiano radicado en Londres, cree ver desde la ventana de su casa a Adriano, a quien creía muerto hace años.A partir de ese momento Sebastián hará lo posible por dilucidar ese misterio que se suma a otro aún más inquietante: ¿quién era realmente Adriano, ese amigo de juventud con quien pasó tanto tiempo y con quien vivió en Nueva York? Uno de los ejes centrales del libro parte precisamente de ese cuestionamiento: ¿cuánto realmente conocemos a alguien? ¿Quién es ese otro que tenemos enfrente e intentamos descubrir?

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Esas preguntas atraviesan la historia y las distintas relaciones que ahí aparecen, porque si bien el eje central es Adriano —su particular personalidad, sus silencios, sus actos inexplicables, el misterio de su desaparición y aparente muerte—, no por eso tienen menos peso las reflexiones sobre la construcción de la amistad, los tenues lazos que se tejen entre los amigos, las ideas que nos hacemos de ellos para plantar ahí nuestro cariño y lealtad y el amor, sobre todo en ese momento de la vida del narrador, cuando le es difícil recordar lo importante que alguna vez le pareció ese sentimiento.

Hay varias similitudes entre la vida del narrador de la historia y el escritor. Bonnett, al igual que Sebastián, cursó algunos semestres de arquitectura en los Andes, más por complacer a sus papás que por otra cosa, hasta que, al igual que el Sebastián de la novela, consiguió irse a estudiar cine, su verdadera pasión, en Nueva York, que en 1982, como él mismo lo dice, “parecía el centro del mundo”. Al finalizar sus estudios ganó una beca de Focine para estudiar en Londres. Allá aterrizó en 1987. Desde entonces no ha abandonado esa ciudad, en donde circunscribe la acción de dos de sus novelas y en la que ha podido desarrollar su carrera como documentalista, corrector y dictaminador de guiones cinematográficos, y su vocación de escritor. Sobre estos dos oficios alguna vez Bonnett comentó que mientras el cine “es un arte de colaboración y de dinero, el novelista, por el contrario, está solo con la página en blanco. Si quiere recrear batallas, o catedrales, o mezquitas, o incendios, su única limitación es su habilidad con las palabras”.

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En Londres, Bonnett ha sabido crearse una rutina de trabajo con la que ha conseguido robarle tiempo al cine y sacar una novela cada cuatro años, en las que, por paradójico que pueda parecer tras tanto tiempo fuera, o quizás por la misma razón, Colombia aparece de una u otra forma en sus historias, ya sea como el espacio donde lo rural y lo urbano chocan (La mujer en el umbral), como punto de referencia (El triunfo de la muerte) o como lugar donde se anida la nostalgia (Cinco versiones de Adriano). La violencia, tan endémica del país, palpita de diversas maneras en todas sus historias. A veces irrumpe de manera brutal, en otros momentos está contenida, apenas insinuada, pero nunca ausente.

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De igual manera, en sus tres novelas existe una polifonía de voces que construyen la historia a partir de diferentes miradas. Es precisamente esa variedad de puntos de vista la que impide saber a ciencia cierta qué fue lo que sucedió, abre el espacio para las múltiples interpretaciones e impide establecer que alguna de las versiones pueda tener la verdad absoluta sobre una persona o un hecho.

La memoria, su manera de brindarnos información sobre el pasado, es otro de los grandes temas presentes en las tres novelas de Bonnett. En ellas ese pasado parece ser un lugar plagado de espacios vedados, de rincones oscuros o narraciones parciales en los que alguien decide entrar y llevar la luz a la espera de encontrar un orden en medio del caos y de construir belleza, literatura. Como lo plantea una de las voces que atraviesa Cinco versiones de Adriano y cuya identidad se revela al final, “¿no es acaso la memoria una forma de la ficción? ¿Y no es la ficción, al fin y al cabo, una manera de darles cuerpo y textura a los recuerdos?”.

En las tres novelas los protagonistas terminan por saber que los otros, esos a quienes intentan descifrar y reconstruir, no son tan fácilmente abarcables como lo creían al inicio. De manera implacable descubren que esa imposibilidad se hace extensible a ellos mismos cuando se dan cuenta de que, tras la luz de los últimos descubrimientos, ya no pueden seguir siendo quienes creían ser. Finalmente, el arte, la música, el cine y, sobre todo, la literatura, emergen en los tres libros como paliativos de la soledad y la desazón. La literatura, la escritura, se transforman en una posibilidad de redención para los personajes y, por qué no, también para los lectores.

La mujer en el umbral, El triunfo de la muerte y Cinco versiones de Adriano constituyen, pues, una suerte de trilogía (aunque el autor no haya pensado en presentarlas de esa forma), con sutiles vasos comunicantes entre sí. La última parece condensar la búsqueda de Mauricio Bonnett por asir la belleza de los momentos decisivos que vivimos y que después, al tomar consciencia de lo que fueron y de su impacto en nuestra vida, intentamos reconstruir en la memoria. Esta historia, en la que el suspenso no cesa, es una oda a la nostalgia, a los recuerdos, a su intrincada elaboración y al momento en que, transcurrida ya una buena parte de la vida, se necesita ordenar las cosas para poder mirar hacia adelante.

Artículo publicado en El Espectador 04/05/2015
Diana Ospina Obando

Diana Ospina Obando

Escribir, leer, ver películas, viajar...¿me faltó algo?