Las plantas que parecen bellas, sutiles, ligeras y coloridas gracias a las flores; se transformaron en otra cosa cuando son sacadas de la tierra y se contemplan sus raíces largas, desordenadas, numerosas. En ese momento, no solo su apariencia cambia, sino que, además, se convierten en algo pesado, difícil de transportar. Y, sin embargo, este proceso es necesario hacerlo para poderlas mover hacia otro lado.
Esto lo sabe el escritor chileno Pablo Simonetti y lo utiliza a la perfección en su última novela, como metáfora de la familia y de las tensiones, diversas visiones e intrincados vínculos que salen a la luz en el momento en que se desea hacer un cambio.
La historia inicia con una imagen implacable: Juan, el narrador, contempla cómo es destruida la casa de su infancia. Ante sus ojos son demolidas, una a una, esas paredes cargadas de recuerdos sobre las que, con los años, fue creando, como él mismo lo dice, una dura costra de indiferencia.
Contemplar el fin físico de una etapa de su vida hace que Juan recuerde lo sucedido doce años atrás cuando, junto con sus hermanos, tomó la decisión de vender la casa familiar a pesar de que esta era el lugar de residencia de su madre, su refugio y, sobre todo, el sitio donde con esmero y dedicación ella había logrado dar vida a un hermoso y único jardín.
Simonetti reconstruye los últimos meses antes de la venta y cómo esa transacción comercial, en apariencia simple, pone de manifiesto la complejidad que encierran las relaciones familiares.
Una prosa limpia y sencilla, personajes y situaciones que parten de vivencias personales, descripciones cargadas de sensorialidad, delicadas ilustraciones hechas por el pintor José Pedro Godoy (pareja del autor hace años), hacen de Jardín un relato que se conecta de diversas formas con el lector y que lo lleva a reflexionar sobre sus propias raíces, su familia y la manera, no siempre efectiva, en que buscamos defender una identidad propia en medio de un contexto muchas veces adverso.
Reseña publicada en Arcadia No 115 Abril 2015