El domador y su fiera
Freddie Quell lo ha perdido todo. Veterano de la marina, tras la Segunda Guerra Mundial, intenta regresar a una vida a la que ya no puede integrarse. Si antes de partir a la guerra ya era prisionero de sus miedos, de la rabia y el dolor, ahora ya le es imposible contenerse o intentar relacionarse con otro ser humano.
El polifacético Joaquín Phoenix lo entrega todo para darle vida al abatido Quell, alcoholizado, colérico, sin destino fijo, obligado a partir constantemente del lugar en el que se encuentra gracias a los problemas que él mismo crea. Phoenix consigue cargar de intensidad contenida cada uno de sus gestos y construir un personaje complejo en el que convive la violencia con la ternura, la fragilidad con la fuerza bruta (en un año sin Daniel Day -Lewis nominado la estatuilla sería suya).
Quell busca con torpeza algo que no sabe qué es hasta que el destino lo lleva a encontrar a Lancaster, el gurú de La Causa.
Efectivamente, Lancaster ha publicado un libro donde explica sus poco convencionales ideas que mezclan la recuperación de los recuerdos de vidas pasadas con particulares terapias que tienen como fin, según él, liberar a la gente de sus ataduras y dolores.
Si aquí el lector de esta reseña cree intuir para dónde va la película e imagina a Feddie Quell integrándose a La Causa, sanándose y pudiendo reiniciar una vida, está muy equivocado.
Philip Seymour Hoffman nos tiene ya acostumbrados a grandes actuaciones, y en este caso en particular no escatima esfuerzos en la interpretación del complejo Lancaster. ¿Realmente es posible creer en este hombre? Aparentemente generoso y comprometido sus métodos poco ortodoxos, tan seductores al comienzo, no tardarán en parecer huecos y contradictorios a los ojos del espectador. Sin embargo, a su alrededor lo siguen sin chistar adeptos convencidos. Lancaster exhala magnetismo y carisma pero también se adivina en él un hombre colérico e imprevisible. Freddie intenta obedecer sin titubear a este hombre, se aferra con la fuerza del desesperado a la doctrina, con la fuerza de aquel que anhela más que nada obedecer a alguien y creer en algo pero que no consigue ni lo uno, ni lo otro. Es, aunque parezca contradictorio, el animal salvaje que espera ser domesticado. Lo que sigue es el enfrentamiento entre el domador y su fiera, y nosotros viendo la delgada línea que separa al uno del otro y el complejo mundo de inseguridades mentiras y entramados que los rodean.
¿A quién apoyar en esta batalla? probablemente a ninguno. Difícilmente podrá el espectador sentir empatía por alguno de estos personajes y esta es, sin duda, una de las elecciones más arriesgadas que toma P.T Anderson.
Solo queda sumergirse en esta reconstrucción puntillosa de los años 50 , no solo desde la forma sino desde cómo se vivía esta época de posguerra, cuando se era testigo de la caída de las utopías y del sueño de la modernidad mientras se buscaba desesperadamente algo en qué creer.
Mención aparte merece el hecho de las múltiples especulaciones que ha generado esta película de la que se ha dicho que está inspirada en la historia de L. Ron Hubbard padre de la Cienciología. Los lazos entre Hubbard y Lancaster son fácilmente identificables: sus múltiples matrimonios, la manera cómo explica ciertos métodos, las acusaciones por estafa y malversación de fondos, la curiosa mezcla de diversos elementos como la idea de la reencarnación y exploración de vidas pasadas con experimentación sexual. Sin embargo, la película no pretende en ningún momento entender los postulados de la Cienciología, ni siquiera se basa únicamente en ellos, ni pretende ofrecer una posible explicación sobre las motivaciones de su creador.
Ver The master es ver el duelo entre dos magníficos actores que lograron crear personajes complejos y contradictorios que consiguen llevar a honduras insospechadas. Es, en últimas, la narración de una historia que podría ocurrir en cualquier época en cualquier momento en el que el hombre esté buscando un padre, un sentido, un origen, una razón para creer que se es amado y se pertenece a algo.