Neill Blomkamp, el director y guionista de Distrito 9, Matt Damon, Jodie Foster, hasta Diego Luna (cuota latina), todos unidos en la que prometía ser el acontecimiento del año en películas de ciencia ficción.
¿Cómo no tener expectativas altas tras haber visto la sorpresivaDistrito 9? Elysium parecía tener todos los elementos que habían funcionado tan bien en la película anterior: narración ágil, acompañada por unas muy buenas secuencias de acción, ritmo trepidante y una historia con diversos niveles de lectura y fuerte crítica social (Distrito 9 era en esencia apartheid para extraterrestres rodado en Sudáfrica).
Las primeras secuencias parecen ratificar las altas expectativas. Corre el año 2154, Max (Matt Damon) tras una infancia difícil, vive en un planeta completamente tugurizado. La profecía de algunos, de que es el tercer mundo el que dominará al planeta se ha hecho realidad. Los ricos, por supuesto, han huido en naves espaciales, muy lejos de este planeta de callejuelas, fábricas humeantes, obreros sudorosos y se han refugiado en una pulcra, verde, limpia y perfecta estación espacial, en la que pueden vivir a sus anchas, eso es Elysium. Cómo no sonreír cuando vemos que mientras en esa tierra “favelizada” se habla, obviamente, español (por eso se necesitaba una cuota latina)allá lejos, en Elysium , pasan del inglés al francés, muy educados y primer mundistas.Blomkamp no escatima esfuerzos para que estos dos mundos se diferencien visualmente y eso es, sin duda, uno de los aciertos de la película, el contraste entre la Tierra sucia, desorganizada y pobre con la estación circular, metálica y perfecta suspendida en el espacio. Nunca antes como en ese futuro desalentador, fue más evidente la diferencia de clases, separadas, en este caso , en mundos literalmente apartados de sí mismos.
De tanto en tanto, algún rico deja su cómodo entorno para vigilar cómo van esas fábricas, esos obreros sudorosos y sucios que son, en últimas los que permiten que los ricos sean ricos y puedan vivir tan lejos. Una férrea, fría y déspota Delacourt (Jodie Foster), es la encargada de defender Elysium y preservar, a cualquier coste, cree ella, ese frágil equilibrio.
Claro, para que haya historia, algo tiene que hacer trastabillar el orden establecido y ese es Max. Pero no se equivoquen, ningún impulso heroico impulsa a este personaje. Es cierto que de niño Max miraba Elysium brillante y perfecta en el firmamento y soñaba con ir allá, pero, ya adulto, enfrentado a una vida de largas horas laborales y preocupado por su mera supervivencia ha olvidado esos sueños.
Todo cambia cuando queda expuesto a una radiación altamente nociva (tranquilos no se transforma en superhéroe) y sabe que sus horas están contadas o por lo menos es así en la tierra porque en Elysium existen unas cabinas especiales en las que se podría sanar en cuestión de minutos (sí, la salud es para los ricos).
Es así que eso que era un sueño postergado de niñez cobrará relevancia,. Max debe llegar cuanto antes hasta la lejana estación espacial y para eso deberá ponerse a disposición de los rebeldes que organizan viajes ilegales hasta allá (los inmigrantes ilegales del futuro).
Una cámara que parece por instantes de documental, una estética cuidadosa y emocionantes secuencias de acción, nos mantienen atentos a la pantalla y a las aventuras y desaventuras de Max.
El problema empieza cuando tenemos tiempo de pensar y la estructura que sostiene la trama parece comenzar a derrumbarse. Los propósitos de Max, egoístas e individualistas mutan al acercarse a su antiguo amor de infancia, con el cual se ha topado por casualidad unas horas antes de sufrir el fatal accidente. Alice Braga, la nieta de Sonia Braga, es la otra cuota latina y la encargada de encarnar a Frey, la mujer buena y sufrida que hará a Max sacar lo mejor de sí. Esa relación, por desgracia, nunca logra ser creíble, ni consigue conmovernos, parece, más bien, para seguir en la onda de la ciencia ficción, un platillo volador aterrizado a la fuerza para justificar las reacciones del protagonista. A esto se suman por un lado los rebeldes, una suerte de pandilleros (Blomkamp los representa como integrantes de las maras) tatuados y rudos que esconden nobles propósitos y son, vea usted, genios de la electrónica, capaces de transformar a Max en una suerte de humano cyborg casi indestructible (bueno, sí es un poco superhéroe). Y, por otro lado, tenemos un agente encubierto medio loco, maniático y propenso a desobedecer utilizado por Delacourt , que también se pasa por la faja cualquier figura de autoridad o ley, para los trabajos “sucios”.
A partir de cierto momento las incoherencias parecen encadenarse una tras otra, como si fueran muchas películas en una, y, sobre todo, es muy difícil entender ciertas motivaciones o cambios de los personajes. Finalmente, y eso es lo más grave, ni siquiera son claros los propósitos finales de los rebeldes que desean llevar a Max hasta Elysium: ¿desestabilizar el sistema y hacerlo más justo o simplemente poner las cabinas sanadoras a disposición de todos? Parece lo mismo pero no lo es.
Pasada la emoción y recuperado el aliento la película deja un sabor amargo en la boca, la sensación de haber visto unos hermosos juegos pirotécnicos que terminaron por disolverse muy rápido, y sin dejar huella, en el firmamento.