Se ha convertido en todo un acontecimiento viral en la red el video de un pequeño brasilero que le dice a su mamá que ya no quiere comer más animales. Cuatro millones de personas han visto el video y se han enternecido con el joven Luis Antonio. Más allá de la ternura que genera el vídeo me queda imposible no hacerme algunas preguntas: la primera, quizás un tanto tonta, es ¿cómo sabe la madre que debe grabar justo esa conversación? ¿Acostumbra tener la cámara o el teléfono activado en esos momentos? ¿vio para dónde iba la cosa y decidió grabarla rápidamente? o ¿tras otras conversaciones del niño le sirve el plato anticipando( ¿guiando? ) la reacción?
Segunda: La gente parece sorprendida por los comentarios del niño, que lo que está en su mesa es un animal que estuvo vivo y que para estar allí tuvo que morir (y ser decapitado, cortado en pedacitos y vendido). El niño, con total sentido común, deduce que el pulpo que come no puede ser diferente al que ha visto vivo en la televisión, en las películas, en algún acuario. Que el pollo que le sirven no puede ser distinto a los que ha visto vivos por ahí y así… Y de repente eso, una verdad tan clara y sencilla, se convierte en “una lección”, “en palabras sabias”, hecho que solo es posible gracias a la infinita distancia que tenemos ante lo que comemos y la manera cómo es producido ese alimento.
Solo en una sociedad que ha “higienizado” de tal manera el consumo de animales (ese pedazo que me como no fue nunca un ser vivo, ese jamón no es primo de Babe el cerdito valiente), solo en una sociedad en la que la producción masiva de animales para el consumo humano, con todo el daño que eso está ocasionando a los animales y al medio ambiente, se ha convertido en una industria tan poderosa, esas reflexiones pueden sorprender aún a alguien.