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Cine

El paseo (2010) Dago García

By febrero 9, 2011septiembre 11th, 2015No Comments

El comienzo del año nos sorprendió con una noticia inesperada, algo que parecía imposible sucedió: un estreno colombiano superó en taquilla a las superproducciones de la temporada. La película El paseo, protagonizada por Antonio Sanint y Carolina Gómez, ocupó el primer lugar en taquilla por encima de películas muy esperadas  y de éxito prácticamente asegurado como Los viajes de Gulliver, protagonizada por el divertido Jack Black y Tron Legacy con sus impresionantes efectos visuales y en versión 3 D.

Para nadie es un secreto que el gran monstruo del mercado es Cine Colombia y que este desea ser, ante todo, un negocio rentable. Es por eso que ocurren ciertos movimientos en taquilla que parecerían inexplicables a primera vista: películas que se anuncian con largas campañas de expectativa y nunca son presentadas, otras que son retiradas  intempestivamente de la cartelera, estrenos con dos años de retraso o cintas premiadas  que nunca pisan el país, entre otras experiencias desoladoras para cualquier cinéfilo, que son el resultado de las vicisitudes de mercado y del deseo de obtener ganancias. Es cierto también, como ya lo estarán pensando algunos, que Cine Colombia hace esfuerzos por traer ciertas cintas independientes, menos comerciales, y por  darles espacio, espacio que se está viendo afectado por las escasas cifras de espectadores que parecen mover este tipo de cintas. Un ejemplo tomado del mes de noviembre puede ilustrar este caso: mientras Mademoiselle Chambon completaba 6,380 espectadores tras tres semanas en taquilla y Cartagena, con el gancho  de Margarita Rosa de Francisco, conseguía  4, 908 espectadores tras dos  semanas, Harry Potter reunía en  dos semanas  más de 670.000. Dirán qué comparo lo incomparable, que cómo se le va a pedir a una cinta con menos recursos que alcance semejante cifra, pero cuando sabemos que en las mismas dos semanas  El paseo ha reunido 470.000 espectadores la cosa no parece ya tan imposible.

El hombre detrás de este fenómeno y del que se ha hablado mucho en los últimos días es  Diego Armando García, más conocido como Dago García quien lleva más de una década dedicado al mundo audiovisual como  productor, director y  guionista. Es así como a través de su empresa, Dagogarcía producciones, ha logrado otro record difícil de igualar en este país: completar 13 películas. ¿Cómo lo ha logrado?

En efecto, Dago parece haber resuelto el acertijo. Se asoció con Caracol, (donde es Vicepresidente de producción) y con  Cine Colombia (si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma). ¿De qué le sirvió?  No solo aseguró fondos por el lado de Caracol sino, quizás algo más importante, publicidad en televisión en hora prime, entre las telenovelas, gran campaña de expectativa y cortos asegurados en Cine Colombia.  A esto se le suma la letra pequeña  de los informes de taquilla: mientras  Mademoiselle Chambón se presentó en máximo 5 teatros a nivel nacional y Cartagena en 8, El paseo estaba en 115, lo que, sin duda, ayuda (de una u otra forma anticipan y producen el éxito).

A lo anterior toca sumarle usar actores que cuenten ya con reconocimiento dentro del público gracias a sus papeles en televisión, como fue el caso, en otras producciones de Dago García. de Enrique de Carriazo, Robinson Díaz, Miguel Varoni,  por citar solo algunos, y añadirle la presentación de las que podrían ser nuevas figuras, o lograr cosas como que Natalia París sea protagonista. Por otra parte, la constancia ha sido sin duda una gran aliada, 10 años de estrenos continuos el 25 de diciembre han conseguido que junto a ciertas actividades típicas de diciembre muchas familias incluyan ir a cine a ver la última película de Dago García que cuentan, efectivamente, historias aptas para  toda la familia y que tienen como principal fin divertir y entretener.

Hasta aquí todo suena bien y pareciera entonces que solo hay motivos para festejar y alegrarnos de la buena salud del cine colombiano y tomar lo que ocurre con García como un feliz augurio para este 2011 y quizás, ¿por qué no? como un ejemplo a seguir para otros cineastas.  Sin embargo, las cosas dejan de sonar tan bien cuando se habla de la relación de Dago García con la crítica cinematográfica  la cual no suele estar de su lado, al igual que los premios. Baste recordar que a pesar de sus impresionantes cifras  (la película colombiana más vista del año pasado fue In fraganti de García) ni sonó ni  tronó en la entrega de los premios Macondo.

Tiene espectadores, nadie se lo niega, pero muy pocos le reconocen estar haciendo buen cine. García lo sabe y ya en alguna entrevista al referirse a lo críticos señaló que algunos  de ellos “viven aplastados por su erudición, sus complejos y su falta de sensibilidad con lo que los rodea.” Esto  último lo dice porque su afán, según él, es divertir, revelar aspectos de nuestra idiosincrasia y rescatar valores familiares.

Esta última es sin duda la premisa a partir de la cual se realizó El paseo. Sin embargo, no puedo evitar preguntarme si todo lo anterior justifica, las inmensas carencias y fallas de la película. Y tal vez, no está de más preguntarse sobre el tipo de espectador que García está formando.

A nivel formal no hay mucho que decir porque en las películas de Dago no se corren riesgo a ese nivel. Harold Trompetero, el director, se limita a seguir a los personajes con la cámara. Grandes planos cuando se quiere mostrar a toda la familia;  algún personaje queda al fondo haciendo algún chiste si el primer plano está ocupado por otro. No se busca que las imágenes nos cuenten ninguna historia, que hagan algún guiño o complementen. Están exclusivamente al servicio de los actores y la historia. La música, de la misma manera, está ahí para recordarnos qué debemos sentir,  divertida en los momentos chistosos, con tintes melodramáticos cuando los personajes tienen confesiones o conversaciones, vamos  decirlo, más profundas. No en vano se le critica a Dago García que sus producciones parezcan televisión (de la que se hace si pretensiones formales, no toda es así)  llevada al cine porque, de verdad lo es, cosa que a él, no le preocupa para nada, como lo ha reiterado en varias oportunidades, se siente un hijo orgulloso de la televisión.

Pero bueno, digamos que no importa, lo que realmente me parece perturbador es el guión. La estrategia de Dago, por lo menos en películas como El carro; Mi abuelo, mi papá y yo; entre otras, es buscar estereotipos. El estereotipo del colombiano típico, el cliché que tenemos en la cabeza y, que a muchos aparentemente, les gusta reconocer. En el caso  de El paseo está la adolescente consentida y chillona (muy, muy chillona), el adolescente pacifista entregado a la meditación, la suegra peleona y exagerada, la madre, en este caso además guapísima, aunque se esfuerce por ocultarlo, que es, de lejos la que sostiene moralmente a la familia y el padre clase media, esforzado y recursivo, que quiere darle a su familia y a sí mismo un merecido paseo a la costa en carro. La película es vendida como eso, un road movie en el que se coleccionan todas las peripecias, sinsabores y  ocurrencias que pueden suceder en un viaje de esa naturaleza por Colombia. Rápidamente se identifica el tono a Pelota de letras, cosa que no está mal, y que por el contrario, podría ser muy chistosa. En ese sentido escoger a Antonio Sanint que viene consolidando una carrera en el stand up comedy hace unos años era una buena elección. El problema es precisamente lo que lo hizo  ser escogido para el papel. A fuerza de actuar ser un padre clase media e introducirle gags chistosos al personaje termina convertirse en una mera caricatura, alguien que  juega a fingir ser el estereotipo. Pues bien, la familia Peinado vive todo tipo de peripecias, unas creíbles, otras ya muy forzadas que nos esforzamos por aceptar, por ejemplo,  una familia que tras ser robada duerme en un carro descapotable en un potrero en pleno Tolima o que se queda impávida ante el hecho de que su casa en Bogotá fue robada  por completo y, finalmente, la pérdida y, sobre todo, la posterior aparición del perro de la familia puede pasar a la historia como uno de los momentos más inverosímiles del cine colombiano.

Hasta aquí digamos que todavía se tiene la idea, lo que ocurre es que a Dago le gusta contar más de la cuenta y mezclar, ignoro el porqué, ciertos elementos estrafalarios que están muy lejos de la realidad colombiana que busca retratar. Si la búsqueda es que cualquiera se sienta identificado por qué introducir elementos que parecieran destinados a alejar al público. Lo primero es el carro ¿cuántos volkswagen descapotados amarillos habrá en Bogotá?, no muchos, pero el padre de esta familia tiene uno y, no contento con eso, su otro carro es una camioneta volkswagen descapotable también. Estos carros, de colección, irían de la mano con un dueño de cierta personalidad particular sin embargo, este no es el caso para nada de Alexander Peinado, personaje de la película. Pero quizás de los momentos más estrafalarios, extravagantes y surrealistas de la película es la introducción  de una banda de asaltantes vestidos de kimonos, mezcla de budistas Kung Fu Panda y guerrilla, que roban y secuestran. ¿Cuál era la idea? Quizás era decir que no hay paseo por carretera en Colombia que no incluya el encuentro con algún grupo armado pero, para evitar el reflejo a la realidad se busca, por extraño que suene, parodiar, en este caso a los grupos guerrilleros, con secuestro incluido, mezclándolos con un tufillo de filosofía oriental. Es cierto que de lo ridículo podría ser chistoso pero entonces la película hubiera tenido que ser planteada de otra manera, una que justificara la excentricidad (baste pensar en ejemplos logrados como Leche (1996) en televisión) pero así de la nada no deja de ser un poco extraño.

Por otra parte,  resulta inquietante lo que se transmite como la clásica familia colombiana: la mujer que es la asentada, la cuerda, la madura, es el personaje más respetable y centrado que sin embargo sabe que para mantener el equilibrio debe mantenerse en la sombra, justificar las actitudes de su marido y apoyarlo. La quinceañera, inaguantable, espejo supongo de muchas adolescentes del país parece más preocupada por mostrarse, agradar, y se convierte en la bobita fácil que terminará utilizando su cuerpo para salvar a su familia ¿qué más podía hacer?  Al fin de cuentas estamos en la tierra de “Sin tetas no hay paraíso”. El adolescente termina por ser un remedo de algún seguidor de supuestas filosofías orientales ¿budista? ¿yogui?  ¿Seguidor de Bob Marley? Todas las anteriores y ninguna es el cliché barato de aquel que supuestamente busca la espiritualidad, sin discurso, exagerado. No me meto con el jefe de Alexander Peinado pero baste decir que, aunque no parece, es rico, y claro, como todo rico es malo, corrompido, tramposo y además se topa con ellos en todas partes, aún en los sitios más desolados.

A todo esto toca sumarle que la historia pretende ser edificante y moralizadora y que el viaje por carretera solo tiene como función acercarlos como familia. Para lograr este objetivo en medio de las situaciones absurdas, García introduce discusiones más “serias” diálogos moralizantes que aparecen de repente, y que francamente  aparecen de la nada y son disonantes entre estos personajes que carecen de una verdadera psicología y que son, en esencia caricaturas que abogan por una patria en paz, unida y feliz, unión que solo podrá ser posible desde la familia, mensaje que es trasmitido gracias a la conjunción de todos los lugares comunes posibles: ropa blanca, velero transitando libre por aguas cartageneras, canción de Juanes… en fin.

Tampoco sirve la película para conocer las bellezas naturales del país, como podría suponerse de un road movie, por más que el personaje de Sanint grite que Colombia es una berraquera en pleno cañón del Chicamocha único paisaje natural incluido en la película. Poco o nada se siente el paso de clima frío a caliente a no ser por la empelotada paulatina de la adolescente que usará bikini en el la calle, en el bus, en la plaza del pueblo, indiscriminadamente.

Al inicio de El paseo se hace una corta reflexión sobre el hecho de tomar fotos y cómo, las fotografías suelen mostrar personas sonriendo, no llorando, porque buscamos capturar momentos de felicidad no de tristeza como si los dos no hicieran parte de la vida (no pude evitar pensar en La aventura de un fotógrafo de Calvino que lleva esos cuestionamientos a una reflexión muy interesante). No es difícil suponer que ahí se esconde una clave de lectura de la película, si se espera encontrar alguna, que podría ser la explicación a la mezcla de melodrama y comedia que aunque suena bien, se desdibuja por el afán de meter a la fuerza estos dos elementos.

Uno de los comentarios positivos que he leído y oído de esta película resalta el hecho de que se trate de una película colombiana que no habla de narcotráfico. Me temo que muchas de las discusiones que se tienen sobre cine colombiano caen en este tipo de frases reiterativas.  Me parece que el espectador suele confundir televisión y cine y que lo cierto, me temo, es que las películas colombianas se siguen viendo muy poco y se le aplican criterios errados. No sé cuánto se ha visto afectada la imagen de los Estados Unidos por las películas que realiza, ni he leído largos artículos dedicados a cómo se ve afectada su imagen por realizar, que sé yo, películas sobre guerra, drogas o, por qué no, acción. No he escuchado a nadie decir que no va a Estados Unidos porque va y lo agarra un asesino en serie, un policía loco, o un detonador de bombas maniático. Quizás porque producen tantas y tan variadas películas que comprenderíamos  rápidamente que la discusión no tiene mucho sentido y que a los realizadores estadounidenses no se les pide que interpreten a su pueblo resaltando sus valores. Sin embargo, al cine colombiano pareciera pedírsele que nos muestre, que cuente nuestras historias pero sin untarse demasiado. Y, lo más grave, poco se va a cine a formarse un criterio real sobre lo que se está produciendo, que está lejos de ser monotemático como puede comprobarse al revisar algunos de los títulos que fueron reconocidos en la entrega de premios Macondo y que abordan diferentes y variadas temáticas, me refiero, por ejemplo, a El vuelco del cangrejo, Los viajes del viento, La sangre y la lluvia o Retratos en un mar de mentiras.

Que dentro de ese espectro son bienvenidas las comedias ligeras, familiares que nos hagan pasar un buen rato, por supuesto,  pero ¿no valdría la pena ser más ambicioso?  quizás hacer cine no es como hacer empanadas y esa formula mágica que parece haber encontrado Dago, esa conjunción de poderes, financiación,  dinero y distribución pueden seguir estando al servicio del entretenimiento  pero de una manera más constructiva e inteligente. ¿no sería un buen reto llevar 1.000.000 de espectadores y mostrarles algo diferente?  ¿No valdría la pena formar público para ir así construyendo espectadores más interesantes? La pregunta queda abierta.

Diana Ospina Obando

Diana Ospina Obando

Escribir, leer, ver películas, viajar...¿me faltó algo?