A veces me pregunto cómo se verá el mundo desde una cabeza masculina.
Si por unos minutos se me concediera la posibilidad de ser hombre ¿vería muchas cosas distintas?, ¿tendría fantásticas revelaciones?
No lo sé, creo, eso sí, y no sé por qué, que descansaría un poco. Tengo la idea, tal vez descabellada, de que si mi cabeza está todo el tiempo llena de cosas, de voces, de pensamientos, de cosas por hacer es porque tengo una cabeza de mujer. Un día como el de hoy, un día en soledad apenas si lo siento porque nunca estoy sola cuando no veo a nadie o, por lo menos, nunca en silencio. Siento que hablo y me contesto, me contestan esas múltiples voces que me habitan.
Sin embargo, no es esto lo más agotador, finalmente, con los años me he acostumbrado a la conferencia permanente que se vive a diario en mi cabeza. Lo más agotador es que ser mujer no parece ser algo que ocurre naturalmente, una condición con la que se nace sino un largo y dispendioso oficio al que no se puede renunciar y del que siempre hay algo nuevo por aprender.
En la actualidad me sorprende el bombardeo mediático sobre lo femenino. Hay mujeres en todas partes, todo el tiempo, nos usan para vender todo tipo de productos que van desde todo lo relacionado con la “higiene femenina”, pasando por todos los productos de limpieza o cocina para el hogar y terminando con cuadernos, carros, el consabido licor y un sin fin de cosas más.
Lo que nos hace tan versátiles es una mezcla extraña. Mientras muchas publicidades explotan nuestro lado maternal, dulce y dedicado a las faenas del hogar (sacrificadas por la familia: “Hey tú, piensa en tu mamá y dale una licuadora, una lavadora etc.); otras se dedican a mostrar nuestro cuerpo y convertirlo en un lugar de deseo, es más, las mujeres en esas publicidades parecen solo querer despertar pasiones, libido. En un día normal veo muchas veces tetas (y no son las mías), están por todas partes, muchas carecen de cara o poco importa ponerle un nombre. No diré que todas parecen gustar igual, por lo menos en la publicidad, porque se privilegian las grandes, las redondas, esas que casi no se mueven. A parte de ese bombardeo basta prender un radio para escuchar que al parecer las mujeres queremos gasolina, candela, fuego, que nos peguen, que nos den, que nos azoten y, en fin, todas esas variantes que llegan a lo mismo. Sin contar las múltiples cantantes que gimen en las canciones y cuyos videos, aún los románticos, deben incluir una toma a las nalgas, al abdomen tonificado, al escote profundo y algún movimiento sensual; cuerpos mojados, expuestos y, ¿por qué no? algo original, un dedo introduciéndose provocativo en la boca pintada de rojo ¿acaso alguien lo ha hecho?.
A todo esto se le suma, este fin de semana, ¿o ha sido todo el mes? Las reinas de belleza, las discusiones minuciosas sobre todas las partes de su cuerpo, los titulares sobre celulitis, estrías, acompañados de las discusiones de las presentadoras, que también fueron reinas, sobre el tema.
Y pareciera que esa fuera la otra esfera de lo femenino, el chisme, el cuchicheo, la crítica. Nos llevan a estar mirándonos y comparándonos todo el tiempo, nos ponen cuotas por cumplir: sé buena hija, buena novia, buena esposa, buena amante, buena madre, buena ama de casa, buena profesional… ¿a quién podemos quedarle mal de esa larga lista sin ser juzgadas o, por lo menos, sentirnos así?
Nos hacen pensar que hacernos desear es casi un deber, un requisito, pero cuidado porque si te desean demasiado quizás te pasen cosas malas y, lo sentimos, pero eso será culpa tuya.
Nos escandalizan las mujeres tapadas del medio oriente pero nos quedamos indiferentes ante la desnudez por la desnudez, a la avalancha de productos para consumir que incluyen mujeres, a la idea escandalosa, a mi modo de ver, que para hacerse visible, sin importar la causa, es necesario salir a desnudarse. Digo esto último pensando en la aún reciente campaña de María Fernanda Valencia para la cámara en la que ofreció desnudarse si salía elegida. No es fácil darse a conocer, alegaba ella, y esta puede ser una manera de hacerlo. Yo diría que efectivamente se daría a conocer, cómo no, de una manera muy íntima y particular pero ¿qué tiene que ver eso con un proyecto político? Tantos años de lucha por reivindicaciones de derechos parecen llegar a que ahora podemos mostrar las tetas sin tapujos y que así podremos obtener muchas cosas. La idea de las actrices colombianas de desnudarse de la cintura para arriba de ser aprobada la ley Fanny Mickey, a pesar de ser una causa noble, me pareció igualmente fuera de lugar. ¿Por qué no se desnudaron los actores también?
Finalmente, es difícil de entender qué se espera al fin de cuentas de nosotras. Es difícil, también, calcular qué tanto daño ha hecho ese ideal femenino actual, extraña mezcla de puta dulce y capaz.