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Burt (John Krasinski) y Verona (Maya Rudolph) acaban de descubrir que van a ser padres por primera vez, la noticia los llena de expectativas y preguntas. A las inquietudes que aporta la llegada de su bebé se suma el hecho de que los padres de Burt les anuncian que se irán, muy pronto, a vivir a Bélgica. Sin razones para quedarse en el pueblo donde están instalados, con trabajos móviles que no los atan a ningún sitio deciden emprender la búsqueda del lugar ideal para criar a su hijo. Con ese fin diseñan un variado itinerario escogiendo lugares donde tienen viejos conocidos o familiares esperando que cada uno de ellos les muestre un poco del sitio y, claro, de la vida que llevan.
Un lugar donde quedarse es, entonces, una suerte de road movie, en la que los protagonistas utilizan diversos medios de transporte (automóvil, tren, avión) y van de lado a lado del país (también a Canadá) en lo que terminará siendo una exploración de las relaciones de pareja y la manera cómo se construye una familia.
Enamorados, optimistas, estos primíparos padres buscan un lugar en el mundo para ellos. Sienten que los 40 están cerca y que quizás, un quizás que cada vez sienten más fuerte, hayan fracasado, que tal vez son unos perdedores y justo ahora, además, deben educar un niño. Sin embargo, el recorrido no tardará en demostrarles que el éxito puede ser realmente una cosa relativa y que es difícil de determinar. Recorrer el país encontrando maneras tan variadas de desarrollarse, conociendo tan diversas situaciones, unas hilarantes, otras tristes y melancólicas, unas ridículas y egoístas, les permite comprender que el camino no está preestablecido y que ellos pueden crear unas reglas propias
Dulce, divertida, sin dejar de ser profunda Un lugar donde quedarse parece ser el canto de esperanza realizado por Sam Mendes, tras golpearnos con Revolutionary Road (2008) y su dolorosa mirada a las relaciones. En esta nueva película existen los peligros que amenazan la pareja, los vemos en aquellos que se topan por el camino, aquellos a los que les cuesta aceptar a al otro como es, o a los que el amor se les murió y ya no les duele ser agresivos con sus hijos, o abandonar a sus familias, o ser tan dogmáticos en sus creencias que son incapaces de ver a los demás. Burt y Verona saben que todo eso puede ocurrirles pero los salva que no se les han vaciado las ilusiones, muy por el contrario, y a pesar de esa sensación de fracaso que sienten, esa que ha arrastrado como un torrente de lodo a la pareja de la anterior película, el amor que se tienen sigue siento una fuerza positiva, alegre, que les da impulsos para continuar la búsqueda, para creer en un mañana mejor y , sobre todo, para mirar hacia atrás, al pasado, allá donde se esconden el dolor y el silencio y entender que solo al que al reconciliarnos con él encontraremos un sitio, uno bueno y sólido para construir un hogar.