Esta es una de esas películas que deseaba ver hace tiempo gracias a que distintas personas, durante varios años, me hablaron de ella con entusiasmo. Como hace pocos días vi El ganador, donde lo mejor es, sin duda, la actuación de Christian Bale, decidí que había llegado el momento de verlo interpretar al joven Patrick Bateman en esta inquietante película.
Desde las primerísimas escenas, la directora Mary Harron (sí, es mujer) nos presenta el mundo de este yuppie neoyorkino de los 80´s. Los restaurantes pretenciosos y costosos a los que se va a ser visto y alardear, la obsesión por la apariencia que hace no solo que todos los que rodean a Bateman se vean idénticos los unos a los otros (como cuando vemos fotos de las concursantes a señorita Colombia) sino que además este dedica largos momentos de su día a largos rituales de belleza y cuidados corporales. Nuestro protagonista es, en efecto, un perfecto metrosexual que no tiene mucho de que preocuparse porque, además, es heredero de una cuantiosa fortuna.
Pero Bateman sí se preocupa y tiene mucho tiempo libre para hacerlo ¿acaso lo vemos trabajar alguna vez en su lujosa oficina? A pesar de sus esfuerzos por encajar, como el mismo lo dice, de vestir sus impecables trajes de marca, sus costosas gafas y jugar el juego en restaurantes y bares Bateman está al borde de perder la razón. Envidia a los otros, desea lo que no tiene, aspira a mayor reconocimiento y detesta la hipocresía que lo rodea. Los estados de tranquilidad, mientras realiza sus 1000 abdominales acostumbradas (¿alguien habló de neurosis?) en su blanco apartamento, contrastan con sus ataques súbitos de furia que son, cada vez , más frecuentes. Ni su novia de mostrar, con la que nunca habla y poco se le ve, ni su amante, la mejor amiga de su novia, ni su disfuncional círculo de amigos le brindan ningún tipo de consuelo. Entonces, nuestro joven prometedor empezará a asesinar.
Al comienzo son vagabundos, lo exasperan porque los cree sucios, incapaces de conseguir un trabajo y mantenerlo, ellos encarnan, de una u otra manera, la fragilidad del sistema al cual él sirve. Pronto no será suficiente porque la sangre parece brindarle un poco de sosiego y, ¿por qué no? una posibilidad de gritar todo aquello que lo tiene tan perturbado. ¿Acaso no se sabe ni su nombre ese que trabaja con él? ¿No se confunden todos entre todos? ¿No es él, frente a los demás un pusilánime cualquiera que ni siquiera puede conseguir una reserva en el restaurante de moda? ¿no se rieron de él cuando intentó conseguir un sitio? Al diablo con todos… se merecen morir. Y será precisamente uno de sus colegas el que seguirá en su lista de victímas. De ahí en adelante ya no hay manera de parar, ¿20, 30, 40 muertos? ¿alguien acaso lleva la cuenta? ¿importa hacerlo?
Baste decir que el día que uno decida ver Psicópata americano debe estar preparado para una buena dosis de sangre. Las escenas de violencia son bastante explícitas, eso sí, sin perder jamás ese ambiente higienizado e impersonal que se ha propuesto exacerbar la directora.
Bayle de algún sitio saca la fuerza y la oscuridad necesaria para hacer vivir con credibilidad a este ser polifacético y atormentado. ¿Qué estado no pasa por ese rostro? Desde una cierta ternura hasta la más intensa ira e indiferencia son recreados con maestría por este actor que demostró, desde esta película, que no le quedaban grandes psicologías tan complejas.
Mientras la película avanza contemplamos cómo mucha sangre, muchas muertes no son suficientes para Bateman que lentamente empezará a desear un castigo, un reproche moral, algo que le indique que aún hay algo de humanidad, esa que él ha perdido, en algún lugar.
Todo parece indicar que sus esfuerzos serán en vano y, sin duda, lo más inquietante, doloroso y aterrador de esta cinta es que si lo pensamos por un instante, y, sobre todo, gracias a las secuencias del final, entre más loco, desatado y anormal parece Bateman más parece el único cuerdo en esa sociedad deshumanizada, fría y absurda que lo rodea.
No recomendable para un día en que se necesite recuperar la fe, encontrar respuestas o sonreír con despreocupación.