Soledad y vacío en la Ángeles
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Si algo ha hecho Sofia Coppola es llevar a la pantalla la extraña sensación de estar viviendo una vida que no parece propia; en la que, a veces, como un milagro, se asoma algo parecido al amor. Gracias a una estética muy trabajada, a una banda sonora elegida y fabricada al detalle, y a un casting riguroso, Coppola se adentra en el terreno donde las palabras ya no alcanzan y lleva al espectador a sumergirse en un melancólico recorrido de imágenes sugestivas.
Las vírgenes suicidas, Lost in translation y la polémica María Antonieta, sus anteriores películas, no son sino el retrato de seres en crisis, sobre todo mujeres inmersas en una situación que poco o nada manejan y que intentan encontrar un escape aunque sea solo por un instante. Somewhere, su última obra, no es la excepción a la regla salvo por el hecho de que su protagonista es masculino.
En efecto, el guapo Johnny Marco, un exitoso actor de Hollywood, ve los días pasar en el legendario hotel Chateau Marmont de los Angeles. La vida de Marco es como ese hotel, un lugar de paso que simula ser un hogar por donde transitan todo tipo de mujeres y ocurren fiestas no planeadas. Poco o nada hay del glamur que imaginamos en una vida de super estrella. ¿Qué decir, por ejemplo, de la escena de las gemelas que hacen bailes eróticos y que solo consiguen arrullar a Marco mientras él las mira con indulgencia, como el niño que observa divertido el truco de su perrito?
Es evidente que las cosas no van bien para el exitoso actor, aunque esté promocionando una película, lo premien en Italia o deba ocultarse de los paparazzi. Tras la luz de los reflectores, al final, siempre está solo, recibiendo mensajes amenazantes en su celular, creyéndose perseguido por una extraña camioneta o, escuchando su respiración, como en esa preciosa escena, en la que se encuentra recubierto de material para la creación de una máscara.
Sin embargo, algo está por cambiar su rutina: Cleo (Alle Fanning), su hija de once años, a diferencia de otras veces, va a pasar varios días con él. Marco, acostumbrado a ser padre solo durante un par de horas, hace lo posible por integrar a esa pequeña, que adora, en una rutina extraña y vacía donde las horas transcurren largas, lentas y decadentes. La presencia de Cleo solo parece hacer más evidente la disfuncionalidad del inexperto padre. Varias escenas memorables muestran esta relación entre padre e hija que busca reinventarse. A partir de ese momento casi se trata de una película de amor, de ese tan originario y visceral sentimiento que experimenta un padre por su hija y viceversa. Lo que ocurre es que este es un padre un tanto torpe, un tanto solo, que no sabe nada de ese trabajo y que parece más un amigo o un novio intentando complacerla mientras se cumplen los días que faltan para llevarla a un campamento de vacaciones.
Si se durmió viendo Lost in translation, si le pareció lenta y pretenciosa, lo más probable es que deteste a esta hija menor de esa hermosa película y se desespere viendo a un Ferrari negro circulando mientras Johnny Marco, silencioso al volante, busca no sucumbir ante su vida vacía y lucha para sentirse “en alguna parte”. Aunque siempre existe la posibilidad de seguirle el juego a Sofia Coppola e internarse en el recuento de esos días llenos de luces y de sombras, embargarse de soledad y descubrir, casi con sorpresa, que, a pesar de todas las críticas que podamos hacerle a la película, sus imágenes continúan habitándonos durante varios días.
Publicado originalmente en Revista Arcadia