♥♥♥ 1/2
La película inicia con el traslado de Malik, que acaba de obtener la mayoría edad, de un centro para menores a prisión. Ignoramos cuál es el delito que ha cometido y que lo tiene condenado a pagar 6 años de condena.
Es difícil imaginar que ha hecho algo muy grave porque se le ve confundido, debilitado por sus múltiples años de encierro. Tímido, callado, prácticamente analfabeta, obediente, sumiso, sus debilidades saltan a la vista y Luciano, el jefe de los corsos que se encuentran encerrados no tardará en sacar provecho de él. El corso es un viejo curtido en los lugares más duros, inteligente, sagaz, dueño de olfato y sangre fría decidirá que a este muchachito medio gris lo podrá forjar a su antojo, y lo hará.
Lo primero es doblegarlo por completo y la manera de hacerlo será obligarlo a comete un asesinato si desea seguir con vida. Malik no quiere, no tiene fibra de asesino, sufre de antemano por el horror que le ha caído encima e intenta evitarlo pero está atrapado. El director se encargará pronto de que sintamos la atmósfera opresiva y agobiante de la cárcel, las tomas cerradas, el ritmo, nos harán sumergirnos en este infierno junto al joven Malik, su destino está jugado, viene perdiendo desde hace años, lo sabemos, y nos preparamos para ver su última caída y es entonces , en el momento en que lleve a cabo su terrible cometido que asistimos, sin aliento, a una de las escenas más impresionantes que he visto en cine.
Ese crimen marcará su vida, paradójicamente el muerto (una de las tantas licencias alegóricas de la película) será, por un buen tiempo, su única compañía en un lugar donde no tiene nada más, a veces la culpa, ese fardo que cargamos es lo único que nos queda.
Si creíamos que el crimen terminaría por acabar a este joven indefenso estábamos muy equivocados, ciertas fuerzas dormidas en su interior empezarán a despertarse. Durante los minutos que precederán esa escena presenciaremos la gestación y surgimiento de un nuevo Malik. De su pasado poco o nada sabemos, marginado dentro de los marginales, nos queda claro que su vida empieza realmente en el momento en el que él decide tomar las riendas de la misma, guiar su destino, y cambiar lo que ya parecía imposible de modificar.
Escogerá una familia propia y nueva a la cual proteger y cuidar, creará pocos pero intensos lazos, sabrá qué aprender y qué olvidar, entenderá cómo se gana poder, cómo se debilita al enemigo y cómo se elimina la compasión del lenguaje. A Malik le cambiaron la vida pero él decidirá que rumbo toma desde ahora. No será un proceso fácil. Jaques Audiard se tomará el tiempo para mostrar esa evolución mientras que el actor Tahar Rahim encarnará con total verosimilitud a este joven callado, tímido y débil que descubrirá la fuerza que tiene oculta dentro de sí.
El profeta, es pues, una película sobre muchas cosas, es la historia de una vida y de las circunstancias que moldearon un destino. Es el relato de cómo ciertas circunstancias nos enfrentan a descubrir que podemos ser otro, alguien completamente nuevo, que ninguna vida está totalmente definida y que es posible reinventarse. Es, también, una mirada triste y descarnada al sistema penitenciario y su incapacidad de “regenerar” seres que terminan por encontrar, en la violación sistemática de la ley una forma de vida en la que existen nuevos códigos, jerarquías, alianzas, peleas por el poder y traiciones que se asumen como necesarias.
Por último, y como su nombre lo indica es la historia de un profeta, uno moderno, uno que es visitado por fantasmas y sueños cargados de simbolismos; uno es capaz de ver más allá de un destino marcado e inamovible, predecir lo que sucederá y buscar maneras insospechadas de asumir el control de un futuro que se veía incierto; uno que nos recuerda que los excluidos del sistema, los abandonados serán los que vendrán un día a pedirnos cuentas.