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No era tan difícil generar expectativas frente a esta película cubana, es cierto, nunca pensé que fuera a ser una obra maestra pero sí esperaba pasar un buen rato. No era para menos si el director es Juan Carlos Tabío, que tiene en su hoja de vida el haber codirigido Fresa y chocolate, que más allá de los numerosos premios que recibió la considero una de esas películas que lograron inpactarme y conmoverme cuando la vi. Confiaba en el ojo de Tabío para acercarse a la sociedad cubana y esperaba sonreírme con el tono de comedia que escogió en esta ocasión para contar la historia. Además el protagonista es Jorge Perugorría, el reconocido actor cubano que conoció la fama tras , de nuevo, Fresa y chocolate y que estuvo, dato curioso, por estas tierras grabando Edipo Alcalde dirigida por Jorge Alí Triana y con guión de Gabriel García Márquez.
Pues bien, no sucedió el milagro, no logré que al apagarse la luz la única realidad que me importara fuera la de los habitantes del pequeño pueblo de Yaragüey a los que la noticia de una millonaria herencia les ha trastornado la vida. No sucedió porque es difícil encariñarse con ellos a pesar de ser simpáticos y de esforzarse mucho, mucho por agradarnos y hacernos reír.
El problema es que mientras Bernardito (Jorge Perugorría) nos cuenta los sucesos que cambiaron su vida y lo tienen vendiendo pasteles, alejado de su familia, nos vamos desinteresando, la historia parece nunca querer arrancar del todo porque se pierde en pequeñas historias, en chistes repetitivos que impiden que nos conmovamos con las casas descascaradas de los habitantes del pueblo que se han vuelto pequeñas para contener los sueños de cambio y mejoría que se permiten tener imaginando que recibirán un dinero inesperado.
Escenas de sexo innecesarias, personajes secundarios que son presentados y después se desdibujan. Caricaturas que no consiguen tener vida propia: el bobo del pueblo, la bonita interesada, el pariente rico usurero…
El hecho de que la acción ocurra en Cuba, excluyendo algunos momentos muy precisos, no tiene mayor peso en la historia y cualquier mirada más interesante, critica o irónica se pierde, como todo lo demás, por los intrincados laberintos que crearon para contar la historia, a lo que se suma ciertos recursos narrativos que, de tanto usarlos, se deslucen….
Para rematar la desilusión descubro que la película es del 2008, claro de esto no tiene la culpa el director sino el hecho de que muchos de los estrenos que engalanan nuestra cartelera son películas, que como esta, ya fueron vista hace mucho en otros países. En fin, ligera, muy ligera, con algunos momentos divertidos, perfecta para una tarde lluviosa en la que no se tengan expectativas.