Hace un rato terminé de verme Adiós a Lenin. Durante varios meses la tuve en mi estante de películas y se me pasaban los días sin verla… la vi, como siempre ocurre con estas cosas, en el momento justo. En la película Alexander hace lo posible porque su madre, recién recuperada de un coma que duró 8 meses, no se entere de lo que ha ocurrido mientras ella «dormía». No es una labor fácil teniendo en cuenta de que lo que este hijo amoroso desea es evitar que su madre se entere de la reunificación alemana, la caída del muro, el triunfo del capitalismo. Alexander intuye que su madre, ferviente militante del partido, no soportará esa nueva realidad.
Para mantener esta farsa Alexander irá hasta el límite, sobornar niños que se hagan pasar por pioneros, rellenar frascos de conservas para que la mamá no note la desaparición de los productos tradicionales, crear un noticiero falso, etc… Hay muchas cosas hermosas en la película: el amor de este hijo por su madre y sobre todo, la reflexión sobre la realidad. ¿Qué es más real, esa alemania reunificada o la creada en el corazón de Alexander para mantener feliz a su madre? Finalmente, es real lo que creemos como tal y de una u otra forma nuestra realidad intenta amoldarse a la visión que tienen otros de la misma. La madre terminará por revelarles a sus hijos que no es cierto lo que han creído durante tantos años sobre el abandono de su padre y de repente, nosotros somos testigos de como la madre ya había hecho lo que Alexander hace ahora: darles a sus hijos una visión de las cosas, crear un escenario, engañarlos para no ser ella la cobarde de la historia… y de alguna manera, al decirles esa mentira, tuvo la fuerza para justificarse a sí misma no haber aceptado la propuesta del padre y dejarlo todo atrás. La madre sabe que Alexander miente pero lo oculta porque ve todo el amor que él ha depositado en la creación de su mentira y se deja engañar y disfruta el engaño. Ella no es la única que disfruta esta mentira, el antiguo austronauta ahora obligado a manejar taxi, el cineasta frustrado, cada uno de ellos colabora y por un instante cumplen un sueño, son útiles, hacen realidad una esperanza frustrada.
Esta no es una verdadera reseña de la película es más bien un intento por esbozar una idea que me surge a partir de esta historia (que tiene tantos ecos con La salud de los enfermos de Cortázar), creamos nuestra propia realidad, amoldamos las actitudes de los demás, sus gestos, sus miradas, sus actos a la película que esperamos estén protagonizando. A veces son películas muy malas con guiones escritos por Ionesco y todo es absurdo, sin sentido. Una serie de conversaciones de sordos. Otras veces son comedias divertidas, alegres y ligeras. Se pueden grabar muchas películas con una misma persona, eso es parte de la diversión, lo triste es que a veces las malas películas terminan por distorsionar las felices…. Lo cierto, como se ve en Adiós a Lenín, es que en algun momento alguien te quiere lo suficiente como para escribir una historia para tí, alguien decide escribir un guión y hacerte partícipe de él. En esos instantes ocurre la magia, el hechizo de encontrarse en la misma realidad. Eso me ocurre con mis amigas, allí no hay malentendidos, falsas entradas o escenas malas hace tiempo que compartimos la misma película y nos damos la mano en los momentos tristes porque todas podemos ver, al tiempo, cuando es uno de esos momentos. Eso me ocurre con mis amigas, de resto me contento con malos casting, desencuentros, actuaciones fozadas y expectativas no cumplidas. Bueno, es cuestión de esperar y dejar el butaco de al lado vacío… cuando menos se espere alguien te sorprenderá con que ha comprado, sin dudarlo, entradas para esa proyección y te ofrecerá compartir un paquete de palomitas.