Hace días Carolina Alonso en su blog reflexionó sobre los puntos de giro.
Sé que ahora yo estoy en uno de esos puntos, el camino que conocía ha cambiado o , más sútil pero igual de cierto, yo he cambiado y el camino ya no se ve igual. Quiero pensar que yo determino los pasos que doy, que cada vez son más mis pasos y que los zapatos prestados los he devuelto, que los caminos que recorro ahora los he escogido y no me han sido impuestos, quiero creerlo pero no termino por estar convencida.
Por alguna razón he escogido caminar junto a otros, enseñar para mí es eso, vivo rodeada de estudiantes, de miradas que todos los días tienen algo para decirme: me juzgan, me acompañan, me inquietan, me escuchan…. Es dificil explicar la multitud de sensaciones que se tienen en una hora de clase y más con adolescentes, lo único que se me ocurre en este momento es pensar que en 50 minutos logran condensarse todas las emociones. Las clases son grandes organismos los 20 alumnos terminan por hermandarse y construir una unidad que se relaciona con el profesor. Hay grupos que te quieren, que se adaptan rápido a tu personalidad, que entienden lo que dices, lo que quieres decir y lo que no alcanzas a decir. Son miradas que vibran contigo, corazones que te escuchan. Hay grupos hostiles que se debaten entre castigarte por estar ahí, representando una autoridad que quisieran derrocar, o ignorarte un poco… Todos los días, de una u otra manera, se aprende algo de la naturaleza humana de lo bueno y lo malo que puede haber en el interior de una persona, y todos los días, si uno es buen observador, se puede aprender algo de sí mismo.
Claro, hay muchas lecciones amargas pero esa es otra escogencia que hice, no dejar de mirarme mientras camino. Por estos días me encontré una publicación en la que contaban como para Sting el oficio de enseñar no distaba mucho al de ser un cantante de rock ya que «en ambos casos, eljuego consiste en encerrarse durante una hora con un puñado de posibles delincuentes, tratar de entretenerlos y además, salir ileso.»
También por estos días he pensado en el amor… en lo extraño que es escoger a alguien en medio de la multitud y decidir vincularse a él.En cómo la manera en qué amamos va cambiando con los años… y bueno, lo cierto es que vamos aprendiendo a amar sobre la marcha y a veces confundimos el amor con otros sentimientos. No sé ni cómo expesar lo que quiero decir pero creo que muchas veces se confunde el miedo con el amor, el miedo de estar solos, el miedo de dejar ir a ese que creemos especial, el miedo a no ser querido de nuevo. Me parece que las heridas que nos van dejando determinan después la manera en que creemos que debemos relacionarnos con otros, quedamos llenos de campos minados y ante el menor asomo de algo que creemos conocido saltamos «eso no me volverá a pasar» pensamos asustados y levantamos nuestros muros de protección… Quisiera creer que aún es posible erradicar tantos temores, limpiar para siempre las viejas cicatrices y creer… Creer en que la mano que está junto a tí puede tomarte con suavidad y acompañarte durante un tiempo, sin afanes, sin angustias… ¿Será posible?