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Tras ver la última película de Tim Burton, salí del teatro feliz con la clara sensación de haber tenido una verdadera experiencia cinematográfica, ¿en qué puede consistir eso?

Yo diría que es aproximarse a la realidad con nuevos ojos, no alejarse de ella como aseveran algunos detractores, es multiplicar nuestra pequeña existencia en otras miradas, redescubrirnos. Los que disfrutamos el cine lo hacemos porque, como la literatura, nos brinda posibilidades de “leer” el mundo, de “leer” nuestro interior.

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En general me encantan las películas de Tim Burton, su estética oscura y particular me seduce. Me parece que tiene una manera muy personal de contar lo que quiere decir y que en ella lo visual (como buen cineasta) está cargado de significado. He de decir también que su estética se ha ido depurando y que sus películas suelen depararme agradables sorpresas. Charlie y la fábrica de chocolate, no solo no me decepcionó si no que además superó mis expectativas. El punto de partida que escogió Burton para su proyecto no pudo ser mejor: adaptar la conocida novela de Roald Dahl del mismo nombre. Para los que no conocen la obra de este inglés de antecedentes noruegos se las recomiendo vividamente, sus libros son aproximaciones lúcidas al mundo infantil llenas de ironía y desparpajo. En sus relatos no faltan lo siniestro, los temores, lo oscuro y el humor, elementos propios de la niñez que Dahl desarrolla de maneras muy afortunadas.. Pienso en Matilda con esos padres que no la aceptan ni comprenden (¿qué puede ser peor que ser rechazado por sus propios padres?), en los Cuentos en verso para niños perversosen dónde Dahl toma relatos clásicos comoCaperucita roja, La cenicienta o Los trescerditos y les da giros inesperados. El lector de Dahl ( niño o adulto) difícilmente no queda seducido con sus guiños, su ironía y la inclemencia con la que trata ciertos personajes.

Tim Burton percibe con claridad el lado subversivo y perverso de Dahl y lo explota al máximo en su adaptación cinematográfica. El protagonista de la historia es Charlie, un niño sumamente pobre que vive con su familia (papás y abuelos) en una miserable casita muy cerca de la famosa fábrica de Chocolates de Willy Wonka de la cuál salen los mejores chocolates del mundo pero a la que nunca se ve que nadie entre. Charlie es un niño sabio y generoso porque ha aprendido tras las difíciles adversidades económicas que lo importante no se encuentra en lo material o, por decirlo al estilo Principito, parafraseando a Saint – Exupery, “que lo esencial es invisible a los ojos.”

Charlie no se trasforma durante la película, él ya tiene claro que su fortaleza es tener una familia unida y que el amor de quienes lo rodean es su mejor tesoro, por eso, solo por eso, sabe que los dulces son perfectos porque no sirven para nada porque no tienen ningún sentido ni significado profundo sino que comerlos proporciona placer, un placer que debe apreciarse y compartir con otros. Poder mirar el mundo con esa sencillez y naturalidad lo hace diferente a los otros niños de la película: al glotón convulsivo, que come sin límite; a la niña que ansía ganar a toda costa; a la consentida malcriada que considera que se lo merece todo o al “sabelotodo” que ha adquirido todo su conocimiento a punta de videojuegos y horas interminables de televisión ( ¿no es aterradora la escena del niño de mirada exaltada jugando con su videojuego y gritando “muere, muere” frente a la pantalla de su televisor?).

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La diferencia esencial entre Charlie y los otros niños de la película es que estos últimos se encuentran embarcados ya en un mundo de adultos en el que se persigue permanentemente la satisfacción de los deseos y se olvidan otras cosas… Tim Burton capta a la perfección la esencia robótica y deforme de estos niños y los contrasta con Charlie y su familia, los únicos que se ven verdaderamente humanos en la película.
Pero retomemos la trama, gracias a que obtiene un tiquete dorado Charlie tendrá la posibilidad de conocer al excéntrico Willy Wonka, suerte de Howard Huhges que tras sus inventos geniales a optado por esconderse del mundo. Tim Burton se centra en ese personaje interpretado de manera magistral por Johnny Deep, del que me declaro fan incondicional, con meticulosidad Deep consigue darle vida a este ser extraño, suerte de Michael Jackson (Deep lo utilizó como inspiración) que no desea crecer y que, por sobre todas las cosas, no ha podido superar la difícil relación con su padre (aporte personal de Burton a la película). Wonka se ha encerrado lejos del mundo y se ha rodeado de los Oompa-Loompa seres de fantasía, que Burton muestra como clones idénticos que terminan por no ser una compañía humana sino más bien una suerte de alteregos trabajadores. (Mención aparte merecen las intervenciones musicales de los Oompa-Loompa cargadas de guiños al espectador.)

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El final, en esta particular película llena de colorido, ironía y crítica los niños deshumanizados son castigados y Wonka podrá dejar su temible soledad e integrarse a la familia de Charlie, porque, como le gustaba mostrar a Dahl, a lo largo de nuestra vida tenemos la posibilidad de construirnos una nueva y amorosa familia en la que podremos recibir todo el afecto, cariño y comprensión que merecemos, y ser, al fin, aceptados como somos.

Diana Ospina Obando

Diana Ospina Obando

Escribir, leer, ver películas, viajar...¿me faltó algo?