El 19 de mayo se realizó el estreno mundial del tercer capítulo de Star Wars; hubo colas enormes en todo el mundo, fanáticos acamparon disfrazados esperando con sus espadas de láser poder ingresar de primeros a las salas de cine.
Quizás eso ya no nos sorprende ahora que vemos a los niños abarrotados para asistir a la premier de Harry Potter o que Barney vende millones de su último éxito “Feliz en la granja”, es decir, es evidente que el ser humano es propenso a esas manifestaciones exageradas y propenso, como en el caso de Barney, al desarrollo del mal gusto desde temprana edad. Sin embargo, es necesario aclarar que la saga de Star Wars es pionera en estas lides de la mercadotecnia, antes de que el mercado se inundara de muñequitos, libros para colorear y cómics de personajes de películas la gente ansiaba tener un Yoda o un Luke SkyWalker consigo. El fenómeno mediático que logró George Lucas es difícilmente igualable y le sirvió para consolidar un imperio. Es cierto que ahora te venden cualquier cosa con buena publicidad (vuelvo a Barney o, peor aún, a los Teletubbies) pero para haber iniciado ese mercado era necesario contar con un buen producto y Stars Wars lo es. Para decirlo de manera concreta es una buena historia con personajes entrañables y que está muy bien contada. Así de simple. Hay cientos de páginas en Internet que intentan descifrar la fascinación de estas películas, en apariencia tan simples, y la seducción que han logrado ejercer en varias generaciones.
Yo quiero señalar algunos de los aspectos que me parecen esenciales para comprender ese fenómeno y que, además, me permitirán hablar con propiedad de lo que produce este cierre magistral, a mi modo de ver, que es La venganza de los Sith.
Jorge Luis Borges solía alabar las virtudes del gaucho valiente que sabía luchar con cuchillo, hombre osado que no temía el enfrentamiento directo que permite el puñal y que apreciaba el sutil código de honor, el respeto por el enemigo desarmado, la tradición y la palabra. Lo cierto es que es una figura que seduce a muchos y que se encuentran estrechamente emparentada con la idea del Caballero propia de la Edad Media. El cine actual viene hace unos años sucumbiendo ante este modelo de héroe en el que un hombre enfrenta con dignidad a su enemigo, baste citar algunos ejemplos recientes como, El último Samurai, El señor de los anillos o Cruzada, y miren ustedes cómo en las tres el héroe realiza un camino de autodescubrimiento estrechamente relacionado con la manera en que aprende a usar la espada. Los héroes épicos pelean cuerpo a cuerpo, se espera verlos enfrentar a sus enemigos directamente, vencerlos en combates limpios en lo que prime la fuerza, la destreza y la inteligencia sobre la potencia de cualquier arma como lo hace Sin Nombre en Héroe o Balian deCruzada.
En 1977 George Lucas presentó Una nueva esperanza(capítulo IV de la saga) realizando una aventurada fusión: la idea de una orden de caballería, los Jedis, trasladada hacia el futuro. Es así como en Star Wars, aunque los adelantos tecnológicos permiten viajar a la velocidad de la luz, las diferentes razas interplanetarias interactúan y existen nuevas y poderosas armas, las batallas decisivas se libran cuerpo a cuerpo con la ayuda de las espadas láser. Los Jedis respetan, en esencia, los parámetros establecidos desde el rey Arturo y sus caballeros de la mesa redonda y aquí es importante aclarar que las adaptaciones cinematográficas al respecto del séquito de Arturo se centran en las batallas olvidando, muchas veces, el trasfondo mítico y mágico que tienen esas historias. En resumidas, la búsqueda de los caballeros por el Santo Grial se asemeja muchísimo a la búsqueda de los Jedis por lograr la comunicación con la Fuerza y convertirse en instrumento de ella. En los dos casos hacerse caballero es internarse en una ardua y dispendiosa experiencia espiritual que exige numerosas pruebas y sacrificios (muchos comparan a los Jedis con budistas Zen). Lucas, que conoce muy bien los mitos, sabe que a toda fuerza positiva hay que oponer una negativa, en este caso serán los Sith, avezados guerreros que han optado por abandonar la Fuerza y unirse al Lado Oscuro. En últimas, lo que traduce esto es que los Sith han decidido destinar sus capacidades no en beneficio de algo más grande (la Fuerza) si no en beneficio personal. El Sith es ambicioso, vengativo, traidor, y claro, liberar esas bajas pasiones le otorga mucho poder (cualquier parecido con nuestros políticos es pura coincidencia).Mientras el Jedi intenta por todos los medios controlarse, el Sith explora los desafueros de las pasiones, es allí de dónde se nutre su fuerza.
Para este enfrentamiento de poderes Lucas se aventura en la creación de todo un orden intergaláctico en el que seres de diferentes planetas intentan cohabitar (muy al estilo de Tolkien y sus diferentes razas). La fuerza dramática de la saga recae sobre todo en los humanos, y es uno de ellos quién tejerá las redes para conseguir el triunfo del lado oscuro, y otro, el elegido para reestablecer el orden (de nuevo muy por la línea de El Señor de los anillos). Sobre los personajes secundarios sólo quisiera añadir que es admirable la capacidad de Lucas para crear inusuales personajes y hacerlos entrañables como es el caso de R2 D2 (qué decepción saber que no se llamaba Arturito) este robot que carece de mirada y expresiones faciales y que sin embargo es capaz de trasmitir emociones, o el fiel Chewaka una especie de afgano gigante, leal a quien lo liberó de la esclavitud y que como lenguaje solo posee una especie de gemidos.
He aquí el logro de Lucas, la creación de un mundo imaginario, ubicado en el futuro pero con referencias que hacen parte de nuestra memoria colectiva y todo esto utilizado como escenario para la narración de una historia profundamente humana.
Ahora bien, sobre La venganza de los Sith, este tercer capítulo y el cierre de la saga, se pueden decir muchas cosas y el problema más grande que he enfrentado a la hora de escribir estas palabras ha sido decidir en qué centrarme. Lo que diré, sin duda alguna, es que cualquier seguidor de Star Wars esperaba con ansias esta película y que verla permite redimensionar lo ocurrido en todas las anteriores; para mí la epopeya épica que había sido hasta ahora esta saga se transformó, tras dos horas y media, en una tragedia (entendiendo tragedia en el sentido clásico del término) en la que el gran protagonista no es otro que el atormentado Anakin Skywalker.
Si las pudiéramos ver todas seguidas y sumergirnos sin parar en esa aventura de más de 12 horas la historia que veríamos sería el nacimiento del elegido, este niño diferente a todos (su madre lo concibió sin haber tenido ninguna relación sexual) y que parece ser podría ser el llamado a nivelar el poder de la Fuerza y doblegar el Lado Oscuro (mito mesiánico). Pero este tercer capítulo nos depara una sorpresa inesperada, tras un dialogo del temible Senador, que busca seducir al impetuoso, creativo y apasionado Anakin, nos es posible deducir que quién ha “creado” a Anakin es un perverso Sith. La revelación lo cambia todo y sobre todo permite ver con nuevos ojos las, muchas veces, criticadas películas anteriores que tienen como sentido crear el piso para comprender la tragedia que se cierne sobre el protagonista. El “inocente” muchacho a quien creemos que le cuesta trabajo controlar su temperamento en realidad hace esfuerzos sobrehumanos por doblegar las fuerzas oscuras que se debaten en su interior, él es, para decirlo claramente, el anticristo, el enviado del mal para darle poder al lado oscuro (los Jedis, obviamente, ignoran esta terrible verdad)
El atribulado Skywalker no consigue sosiego, los Jedis lo salvan de vivir como esclavo junto a su madre en el desierto pero no pueden evitarle el sufrimiento que le acarreará dejarla a ella ahí. El final de la madre será cruel, morirá torturada en total abandono. Anakin descubre, de la peor manera, que a pesar de su entrenamiento y poder evidente este no le sirve para evitar tan fatal desenlace, y que le fue imposible a él, todo un avezado guerrero, defender a su madre. Atormentado y culpable asesina sin miramientos al pueblo que considera responsable de esa muerte. Es una escena oscura en la que la furia del joven se desata. Por si toda esta tragedia fuera poca, se enamora de manera inevitable de Padmé, amor al que se ve predestinado desde el primer capítulo, no puede luchar contra ese sentimiento y es una relación imposible que debe permanecer oculta. Vale la pena aclarar que Anakin es el único Jedi al que se le conoce pareja. Mientras los demás Jedis buscan desapegarse del mundo material Anakin busca con desespero su lugar en el mundo, algo que le dé respuestas que lo ayude a encontrarse y para ello, crea con ansiedad lazos que le permitan hacerlo. El terreno está abonado, el confuso Anakin intenta balancear las exigencias entre su formación espiritual como Jedi, las esperanzas que recaen sobre él y el matrimonio clandestino que sostiene con Padmé (historia de amor trágico que tiene resonancias con Romeo y Julieta). El sutil equilibrio se rompe ante la noticia de que pronto será padre, realidad que hará que el matrimonio ya no pueda esconderse más, a lo que se suman unos sueños en los que parece presagiar la muerte de su esposa. Es el momento que esperaba el Senador que ha acompañado al muchacho desde su infancia, es en el momento de debilidad que necesita el “diablo” para ofrecer el trato que condenará al mortal (como en Fausto). Acorralado, Anakin flaquea, su talón de Aquiles, el temor. Es el miedo que ha conseguido anidar en su corazón (como lo percibe sabiamente Yoda) y nutrirse de las fuerzas oscuras que lo concibieron el que terminará perdiéndolo.
¿De qué le sirve la fuerza que dicen que tiene, el riguroso entrenamiento si su destino es quedarse solo? Los Jedis, ciegos a su desesperación, lo abandonan en el peor momento, le cierran puertas y ahí se entienden las palabras de Obi Wan Kenobi cuando en medio de la lucha final que sostiene con él le dice “te fallé Anakin”. Porque en últimas tanto los Jedis como el Senador esperan beneficiarse del muchacho pero no ayudarlo a resolver sus conflictos.
La decisión de unirse al lado oscuro atormenta a Skywalker, no es un paso fácil, baste anotar la hermosa escena simultanea de Padmé y Anakin contemplando el horizonte desde una ventana, desasosegados, ya incapaces de luchar contra un destino que los arrasa. Vale la pena aquí anotar la interpretación de Hayden Christensen como Anakin, en la que se mantiene contenido pero torturado. Los que gustan de las actuaciones melodramáticas, de rostros contorsionados, no verán satisfecha esa expectativa. La tribulación del joven Skywalker es interna y así la mantiene el actor, la carga dramática está en su mirada cargada de inquietud, de dolor, de rabia; asesina sin piedad pero las lágrimas corren por sus mejillas. Se ha iniciado su caída y es una caída dolorosa y sufrida. El espectador sufre con él, desea que no lo haga, se conmueve con sus silencios, pero se estremece horrorizado cuando Anakin saca su espada frente a los indefensos niños que se encuentran en formación para convertirse en Jedis.
Cada muerte injustificada lo pierde más y más, le otorga poder, el poder del Lado Oscuro, pero lo esclaviza a su nuevo maestro, a su nuevo amo, se ha convertido, de nuevo, en un esclavo. Por el camino Anakin lo pierde todo, pierde a Obi Wan su maestro y amigo que desilusionado le reclama con el corazón partido “pero si tú eras el elegido”; pierde las piernas, los brazos, se convierte en una masa deforme que aún es capaz de gritar “te odio” un te odio que es muchas cosas, que es un alarido herido y lastimero… te odio por que sabías quién era y quién pude haber sido, te odio porque estuviste conmigo y ahora quedo solo, te odio porque ya no compartimos el mismo destino…. Pierde a Padmé a la que intenta asesinar ya presa del delirio de aquel que se ve absorbido por el poder (“este será mi imperio” masculla enloquecido), y con ella pierde la justificación a su caída. El Senador lo sabe y por eso le hace creer que la mató, sin lazo que lo una al mundo Anakin no tendrá el valor de levantarse contra su destino, no tendrá motivos para desafiar el Lado Oscuro, se convertirá en Darth Vader mitad hombre, mitad robot, quien deberá ahora mirar el mundo desde su traje negro, alejado de la luz, atrapado por la culpa.
En su afán por evitar la muerte de Padmé termina ocasionándola, cumple su destino (como Edipo). La tragedia fue anunciada y el héroe caído desciende a su infierno personal. Sus hijos serán los encargados de conseguir su redención y es ahí cuando los últimos capítulos adquieren nuevos significados. El amor prohibido de Leia y Han Solo se convierte en un homenaje al amor trunco de Anakin y Padmé; la frase trágica de Padmé al morir: “él es bueno” será pronunciada de nuevo por Luke tras el enfrentamiento con su padre. Luke termina siendo la versión mejorada de Anakin (como Leia lo es de Padmé) y en el enfrentamiento final con Darth Vader (ese padre oscuro “dark father”) le devolverá el valor a Anakin para levantarse contra el emperador (como lo vaticina Yoda en este tercer capítulo al advertirle al Senador sobre los peligros de confiar ciegamente en su aprendiz) y liberarse de ese yugo. Libre al fin, podrá quitarse la máscara y entregarse a la muerte ya no como el esclavo que paradójicamente terminó siendo sino como aquel elegido capaz de devolverle el equilibrio a la fuerza. Anakin toma las riendas de su destino y es capaz de cambiar la suerte a la que estaba predestinado por su procreación oscura. ¿Cuál es su premio tras tan extenuante periplo? Verse libre al fin de las fuerzas oscuras que lo habitan e integrarse a la Fuerza convertido, al fin, en maestro Jedi y contemplar la celebración del triunfo, junto a Obi Wan Kenobi y Yoda.
Star Wars, como se ve, permite diversas lecturas, es una historia de iniciación, caída y redención, es la búsqueda de la expiación tras el crimen, es un canto heroico para aquellos que creen en la creación de un mundo mejor y en un llamado, por qué no, a convertirnos en los héroes de nuestra propia vida. Es, también, la esperanza de ver derrotado el mal cuando creamos, de una buena vez , que uniendo fuerzas sería posible hacerlo (finalmente, en la saga, es gracias al pueblo más primitivo y humilde que se consigue la victoria).
Por su parte, La venganza del Sith es un llamado de alerta contra todos los discursos totalizadores, contra aquellos que en nombre de la “justicia” y “la verdad” oprimen a otros para obtener su propio beneficio. Es un lamento por aquellos que toman sus armas para luchar por falsas causas y destinos prometedores en los que solo consiguen perder el alma y servir a un “maestro maligno”. Es una oda al hombre que debe dejar atrás sus pasiones para mirar con claridad, un llamado a buscar el centro, a aventurarse en la lucha y a no flaquear frente al miedo; y, finalmente, es una película que condensa tantas referencias, tantos mitos y comparaciones posibles que no deja de ser una invitación a dejarnos seducir por el poder de la fabulación, ese en el que creíamos de niños y en el que algunos aún creemos, ese que nos susurra que una historia bien contada si puede cambiar el mundo, nuestro mundo.