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La verdadera revolución

La sorpresiva y premiada ópera prima de Alonso Ruizpalacios es, sin duda, una confirmación más del buen momento por el que está pasando el cine mexicano.

Divertida, fresca sin dejar de ser incisiva, original, con diversos niveles de interpretación, Güeros narra la historia del joven Tomás a quien su madre envía de Veracruz al D.F. agobiada por las travesuras del muchacho. La idea es que pase un tiempo con su hermano, conocido como Sombra, que se encuentra haciendo su tesis en la UNAM. Al llegar a la capital, Tomás descubrirá que su hermano pasa los días atrincherado junto con su amigo Santos en un apartamento completamente destartalado. Presa de depresión, ataques de pánico, acompañado por el alcohol y amenazado por un tigre imaginario que es la encarnación misma de todos sus temores, Sombra se está deshaciendo en la inercia mientras la universidad atraviesa una importante huelga de estudiantes.

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Lejos de las consignas revolucionarias, del movimiento propio de la juventud, el tiempo parece detenido en este apartamento polvoriento donde ser joven se define como la mera contemplación pasiva de un mundo que sucede muy lejos de esos muros en donde se encuentran “en huelga de la huelga” y en huelga de la vida.Incapaz de soportar este encierro, Tomás, el güero, la antítesis de Sombra hasta en el color mismo de la piel (“Tú no eres prieto como tu hermano”, le dicen en varias ocasiones) le insiste para que salgan a buscar al famoso Epigmenio Cruz, el músico favorito de su padre, que al parecer se encuentra internado en un hospital, delicado de salud. No muy convencido al principio y más bien obligado por las circunstancias, Sombra deberá enfrentar sus temores y lanzarse a la calle en compañía de Tomás y Santos para iniciar la búsqueda del genial y olvidado Epigmenio, quien, contaba su padre,, “hizo llorar al mismísimo Bob Dylan”.

Para narrar esta historia, Ruizpalacios decidió utilizar un formato 4:3 que ahonda la sensación de encierro y descomposición en el apartamento, proporciona realismo al viaje en carro y, sobre todo, consigue mucha proximidad con los personajes. A esto le sumó la decisión de realizar la película en blanco y negro, consiguiendo diversos logros: crea momentos realmente poéticos como, por ejemplo, en la aproximación al miedo y a la depresión de Sombra; borra las diferencias físicas entre los personajes (esas que parecen importar tanto en un país en el que ser güero te da categoría social); produce uniformidad en tomas que muestran la fragmentación y variedad de lugares que se concentran dentro de una ciudad inmensa como el D.F y, sobre todo, el blanco y negro permite crear un relato atemporal. Efectivamente, es difícil ubicar la época en la que suceden los hechos porque (aunque la huelga de la UNAM, que paralizó sus actividades durante meses, sucedió en 1999) Ruizpalacios utiliza eso apenas como un telón de fondo y no desea que su relato se convierta en una suerte de testimonio de esa época. La atemporalidad está reforzada por la magnífica banda sonora, compuesta en gran parte por canciones de Agustín Lara, clásicos de la música popular mexicana (¡qué viva Juan Gabriel!), o rock mexicano de los 60. En cuanto a este tema hay que añadir la acertadísima decisión de que nunca escuchemos las canciones del cantante creado para la película, Epigmenio Cruz, que se convierte para los hermanos en una búsqueda de sentido, de raíces y, sobre todo, del padre perdido para siempre y para nosotros, en un músico original y único cuya obra nunca nos desilusiona y de la que solo percibimos el profundo efecto que produce en quienes la escuchan.

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Güeros es una película sobre la hermandad y sus lazos invisibles, sobre la amistad(el leal Santos acompañará a estos hermanos durante todo el recorrido), sobre el amor y cómo, a veces, basta con experimentarlo para sentir renacer la esperanza. Es, sin duda, una película sobre el D.F. que lo contiene todo: la violencia, calles laberínticas, cultivos que te hacen sentir en el campo, una enorme ciudad universitaria en pie de guerra, trancones interminables, pobreza, dinero, arribismo y muchachos traviesos como Tomás en busca de emociones. Es, también, una historia sobre huidas y búsquedas de escape a situaciones que nos oprimen o angustian como lo vemos en la primera secuencia con la mujer de la que adivinamos una historia de angustia y dolor mientras su bebé llora, o, un poco después, con la carrera de Tomás junto al mar y durante las diversas persecuciones que tendrán lugar en la ciudad.

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Lo mejor de todo es que el humor siempre está presente. Un humor sutil, refrescante e incisivo que permite, incluso, que la película se ría de sí misma como cuando le habla directamente al espectador y le recuerda que está ante un artificio (cómo lo hubiera disfrutado Borges) y ni qué decir del desahogo de Sombra ante la industria cinematográfica nacional cuando no duda en decir que “ los chingados directores, no conformes con la humillación de la conquista, todavía van al viejo continente y le dicen a los críticos franceses que nuestro país no es más que un nido de marranos, diabéticos, agachados, ratoneros fraudulentos, traicioneros, mala copas, putañeros, acomplejados y precoces”. Todo eso será cierto, cómo no, pero no es lo único que hay en el cine mexicano y para eso está la cámara de Ruizpalacios, para recordarnos que los cambios profundos a veces suceden frente a pequeños sucesos; que ser rebelde no significa necesariamente hacer una revolución o gritar consignas sino ser capaz de verse sin temor y redescubrir al otro, a ese que apenas divisamos desde nuestro encierro personal y poder sonreír en medio de una calle abarrotada, aunque no hayamos ganado nada, aunque todo sea impreciso y fugaz, porque al fin recuperamos la fe perdida.

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Summary:
Diana Ospina Obando

Diana Ospina Obando

Escribir, leer, ver películas, viajar...¿me faltó algo?